El combate parecía terminado cuando una última bala, una
bala perdida, impactó en la pierna derecha de Fabricien. Se vio obligado a
regresar a su tierra con una pierna de madera.
En un primer momento mostró cierto orgullo; las primeras veces que entró en la
iglesia del pueblo golpeando con tanta fuerza las losas, se le habría podido
confundir con un portero de gran ciudad.
Luego, una vez que la curiosidad se apaciguó, se lamentó durante mucho tiempo,
avergonzado, de verse inútil para siempre.
Buscó con una obstinación, frecuentemente frustrada, la forma de ser útil.
Y ahora, en el sendero de un modesta holgura, sin menospreciar su pierna de
carne, siente cierta debilidad por la de madera.
Trabaja a jornal. Le asignan un trozo del huerto. Y pueden marcharse y dejarlo
trabajar.
Su bolsillo derecho está lleno de judías rojas o blancas, a elegir. Además está
roto, no demasiado, pero tampoco poco.
Con paso regular, Fabricien recorre a lo largo y a lo ancho el terreno. Su
pierna de madera hace un hoyo a cada paso. Sacude su bolsillo agujereado. Las
judías caen. Las recubre con el pie izquierdo y continúa.
Y mientras se gana la vida honradamente, el antiguo soldado, con las manos a la
espalda y la cabeza en alto, parece pasearse para cuidar su salud.
FIN