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Garcilaso de la Vega

Fecha de Nacimiento:  30 de septiembre de 1499, Toledo, España.

Fecha de fallecimiento:  14 de octubre de 1536, Niza, Francia



Garci Lasso de la Vega, más conocido como Garcilaso de la Vega, fue un poeta y militar español del Siglo de Oro.

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rosa

Canción I

Si a la región desierta, inhabitable
por el hervor del sol demasïado
y sequedad d’aquella arena ardiente,
o a la que por el hielo congelado
y rigurosa nieve es intratable,
del todo inhabitada de la gente,
por algún accidente
o caso de fortuna desastrada
me fuésedes llevada,
y supiese que allá vuestra dureza
estaba en su crüeza,
allá os iria a buscar como perdido,
hasta morir a vuestros pies tendido


Vuestra soberbia y condición esquiva
acabe ya, pues es tan acabada
la fuerza de en quien ha d’esecutarse;
mirá bien qu’el amor se desagrada
deso, pues quiere qu’el amante viva
y se convierta adó piense salvarse.
El tiempo ha de pasarse,
y de mis males arrepentimiento,
confusión y tormento
sé que os ha de quedar, y esto recelo,
que aunque de mí me duelo,
como en mí vuestros males son d’otra arte,
duélenme en más sensible y tierna parte.


Assí paso la vida acrecentando
materia de dolor a mis sentidos,
como si la que tengo no bastase,
los cuales para todo están perdidos
sino para mostrarme a mí cuál ando.
Pluguiese a Dios que aquesto aprovechase
para que yo pensase
un rato en mi remedio, pues os veo
siempre con un deseo
de perseguir al triste y al caído:
yo estoy aquí tendido,
mostrándoos de mi muerte las señales,
y vos viviendo sólo de mis males.


Si aquella amarillez y los sospiros
salidos sin licencia de su dueño,
si aquel hondo silencio no han podido
un sentimiento grande ni pequeño
mover en vos que baste a convertiros
a siquiera saber que soy nacido,
baste ya haber sufrido
tanto tiempo, a pesar de lo que basto,
que a mí mismo contrasto,
dándome a entender que mi flaqueza
me tiene en la estrecheza
en que estoy puesto, y no lo que yo entiendo:
así que con flaqueza me defiendo.


Canción, no has de tener
comigo ya que ver en malo o en bueno;
trátame como ajeno,
que no te faltará de quien lo aprendas.
Si has miedo que m’ofendas,
no quieras hacer más por mi derecho
de lo que hice yo, qu’el mal me he hecho.


rosa

Canción II

La soledad siguiendo,
rendido a mi fortuna,
me voy por los caminos que se ofrecen,
por ellos esparciendo
mis quejas d’una en una
al viento, que las lleva do perecen.
Pues todas no merecen
ser de vos escuchadas,
ni sola un hora oídas,
he lástima de que van perdidas
por donde suelen ir las remediadas;
a mí se han de tornar,
adonde para siempre habrán d’estar.


Mas ¿qué haré, señora,
en tanta desventura?
¿A dónde iré si a vos no voy con ella?
¿De quién podré yo ahora
valerme en mi tristura
si en vos no halla abrigo mi querella?
Vos sola sois aquélla
con quien mi voluntad
recibe tal engaño
que, viéndoos holgar siempre con mi daño,
me quejo a vos como si en la verdad
vuestra condición fuerte
tuviese alguna cuenta con mi muerte.


Los árboles presento,
entre las duras peñas,
por testigo de cuanto os he encubierto;
de lo que entre ellas cuento
podrán dar buenas señas,
si señas pueden dar del desconcierto.
Mas ¿quién tendrá concierto
en contar el dolor,
qu’es de orden enemigo?
No me den pena por lo que ora digo,
que ya no me refrenará el temor:
¡quién pudiese hartarse
de no esperar remedio y de quejarse!


Mas esto me es vedado
con unas obras tales
con que nunca fue a nadie defendido,
que si otros han dejado
de publicar sus males,
llorando el mal estado a que han venido,
señora, no habrá sido
sino con mejoría
y alivio en su tormento;
mas ha venido en mí a ser lo que siento
de tal arte que ya en mi fantasía
no cabe, y así quedo
sufriendo aquello que decir no puedo.


Si por ventura estiendo
alguna vez mis ojos
por el proceso luengo de mis daños,
con lo que me defiendo
de tan grandes enojos
solamente es, allí, con mis engaños;
mas vuestros desengaños
vencen mi desvarío
y apocan mis defensas,
sin yo poder dar otras recompensas
sino que, siendo vuestro más que mío,
quise perderme así
por vengarme de vos, señora, en mi.


Canción, yo he dicho más que me mandaron
y menos que pensé;
no me pregunten más, que lo diré.


rosa

Canción III

Con un manso rüido
d’agua corriente y clara
cerca el Danubio una isla que pudiera
ser lugar escogido
para que descansara
quien, como estó yo agora, no estuviera:
do siempre primavera
parece en la verdura
sembrada de las flores;
hacen los ruiseñores
renovar el placer o la tristura
con sus blandas querellas,
que nunca, dia ni noche, cesan dellas,


Aquí estuve yo puesto,
o por mejor decillo,
preso y forzado y solo en tierra ajena;
bien pueden hacer esto
en quien puede sufrillo
y en quien él a sí mismo se condena.
Tengo sola una pena,
si muero desterrado
y en tanta desventura:
que piensen por ventura
que juntos tantos males me han llevado,
y sé yo bien que muero
por solo aquello que morir espero.


El cuerpo está en poder
y en mano de quien puede
hacer a su placer lo que quisiere,
mas no podrá hacer
que mal librado quede
mientras de mí otra prenda no tuviere;
cuando ya el mal viniere
y la postrera suerte,
aquí me ha de hallar
en el mismo lugar,
que otra cosa más dura que la muerte
me halla y me ha hallado,
y esto sabe muy bien quien lo ha probado.


No es necesario agora
hablar más sin provecho,
que es mi necesidad muy apretada,
pues ha sido en una hora
todo aquello deshecho
en que toda mi vida fue gastada.
Y al fin de tal jornada
¿presumen d’espantarme?
Sepan que ya no puedo
morir sino sin miedo,
que aun nunca qué temer quiso dejarme
la desventura mía,
qu’el bien y el miedo me quitó en un día.


Danubio, rio divino,
que por fieras naciones
vas con tus claras ondas discurriendo,
pues no hay otro camino
por donde mis razones
vayan fuera d’aquí sino corriendo
por tus aguas y siendo
en ellas anegadas,
si en tierra tan ajena,
en la desierta arena,
d’alguno fueren a la fin halladas,
entiérrelas siquiera
porque su error s’acabe en tu ribera.


Aunque en el agua mueras,
canción, no has de quejarte,
que yo he mirado bien lo que te toca;
menos vida tuvieras
si hubiera de igualarte
con otras que se m’an muerto en la boca,
Quién tiene culpa en esto,
allá lo entenderás de mí muy presto.


rosa

Canción IV

El aspereza de mis males quiero
que se muestre también en mis razones,
como ya en los efetos s’ha mostrado;
lloraré de mi mal las ocasiones,
sabrá el mundo la causa porque muero,
y moriré a lo menos confesado,
pues soy por los cabellos arrastrado
de un tan desatinado pensamiento
que por agudas peñas peligrosas,
por matas espinosas,
corre con ligereza más que el viento,
bañando de mi sangre la carrera.
Y para más despacio atormentarme,
llévame alguna vez por entre flores,
adó de mis tormentos y dolores
descanso y dellos vengo a no acordarme;
mas él a más descanso no me espera:
antes, como me ve desta manera,
con un nuevo furor y desatino
torna a seguir el áspero camino.


No vine por mis pies a tantos daños:
fuerzas de mi destino me trujeron
y a la que m’atormenta m’entregaron.
Mi razón y jüicio bien creyeron
guardarme como en los pasados años
d’otros graves peligros me guardaron,
mas cuando los pasados compararon
con los que venir vieron, no sabían
lo que hacer de sí ni dó meterse,
que luego empezó a verse
la fuerza y el rigor con que venían.
Mas de pura vergüenza costreñida,
con tardo paso y corazón medroso
al fin ya mi razón salió al camino;
cuanto era el enemigo más vecino,
tanto más el recelo temeroso
le mostraba el peligro de su vida;
pensar en el dolor de ser vencida
la sangre alguna vez le callentaba,
mas el mismo temor se la enfrïaba.


Estaba yo a mirar, y peleando
en mi defensa, mi razón estaba
cansada y en mil partes ya herida,
y sin ver yo quien dentro me incitaba
ni saber cómo, estaba deseando
que allí quedase mi razón vencida;
nunca en todo el proceso de mi vida
cosa se me cumplió que desease
tan presto como aquésta, que a la hora
se rindió la señora
y al siervo consintió que gobernase
y usase de la ley del vencimiento.
Entonces yo sentíme salteado
d’una vergüenza libre y generosa;
corríme gravemente que una cosa
tan sin razón hubiese así pasado;
luego siguió el dolor al corrimiento
de ver mi reino en mano de quien cuento,
que me da vida y muerte cada día,
y es la más moderada tiranía.


Los ojos, cuya lumbre bien pudiera
tornar clara la noche tenebrosa
y escurecer el sol a mediodía,
me convertieron luego en otra cosa,
en volviéndose a mí la vez primera
con la calor del rayo que salía
de su vista, qu’en mí se difundía;
y de mis ojos la abundante vena
de lágrimas, al sol que me inflamaba,
no menos ayudaba
a hacer mi natura en todo ajena
de lo que era primero. Corromperse
sentí el sosiego y libertad pasada,
y el mal de que muriendo estó engendrarse,
y en tierra sus raíces ahondarse
tanto cuanto su cima levantada
sobre cualquier altura hace verse;
el fruto que d’aquí suele cogerse
mil es amargo, alguna vez sabroso,
mas mortífero siempre y ponzoñoso.


De mí agora huyendo, voy buscando
a quien huye de mí como enemiga,
que al un error añado el otro yerro,
y en medio del trabajo y la fatiga
estoy cantando yo, y está sonando
de mis atados pies el grave hierro.
Mas poco dura el canto si me encierro
acá dentro de mí, porque allí veo
un campo lleno de desconfianza:
muéstrame l’esperanza
de lejos su vestido y su meneo,
mas ver su rostro nunca me consiente;
torno a llorar mis daños, porque entiendo
que es un crudo linaje de tormento
para matar aquel que está sediento
mostralle el agua por que está muriendo,
de la cual el cuitado juntamente
la claridad contempla, el ruido siente,
mas cuando llega ya para bebella,
gran espacio se halla lejos della.


De los cabellos de oro fue tejida
la red que fabricó mi sentimiento,
do mi razón, revuelta y enredada,
con gran vergüenza suya y corrimiento,
sujeta al apetito y sometida,
en público adulterio fue tomada,
del cielo y de la tierra contemplada.
Mas ya no es tiempo de mirar yo en esto,
pues no tengo con qué considerallo,
y en tal punto me hallo
que estoy sin armas en el campo puesto,
y el paso ya cerrado y la hüida.
¿Quién no se espantará de lo que digo?,
qu’es cierto que he venido a tal estremo
que del grave dolor que huyo y temo
me hallo algunas veces tan amigo
que en medio d’él, si vuelvo a ver la vida
de libertad, la juzgo por perdida,
y maldigo las horas y momentos
gastadas mal en libres pensamientos.


No reina siempre aquesta fantasía,
que en imaginación tan varïable
no se reposa un hora el pensamiento:
viene con un rigor tan intratable
a tiempos el dolor que al alma mía
desampara, huyendo, el sufrimiento.
Lo que dura la furia del tormento,
no hay parte en mí que no se me trastorne
y que en torno de mí no esté llorando,
de nuevo protestando
que de la via espantosa atrás me torne.
Esto ya por razón no va fundado,
ni le dan parte dello a mi jüicio,
que este discurso todo es ya perdido,
mas es en tanto daño del sentido
este dolor, y en tanto perjüicio,
que todo lo sensible atormentado,
del bien, si alguno tuvo, ya olvidado
está de todo punto, y sólo siente
la furia y el rigor del mal presente.


En medio de la fuerza del tormento
una sombra de bien se me presenta,
do el fiero ardor un poco se mitiga:
figúraseme cierto a mí que sienta
alguna parte de lo que yo siento
aquella tan amada mi enemiga
(es tan incomportable la fatiga
que si con algo yo no me engañase
para poder llevalla, moriría
y así me acabaría
sin que de mí en el mundo se hablase),
así que del estado más perdido
saco algún bien. Mas luego en mí la suerte
trueca y revuelve el orden: que algún hora
si el mal acaso un poco en mí mejora,
aquel descanso luego se convierte
en un temor que m’ha puesto en olvido
aquélla por quien sola me he perdido,
y así del bien que un rato satisface
nace el dolor que el alma me deshace.


Canción, si quien te viere se espantare
de la instabilidad y ligereza
y revuelta del vago pensamiento,
estable, grave y firme es el tormento,
le di, qu’es causa cuya fortaleza
es tal que cualquier parte en que tocare
la hará revolver hasta que pare
en aquel fin de lo terrible y fuerte
que todo el mundo afirma que es la muerte.


rosa

Canción V

ODE AD FLOREM GNIDI

Si de mi baja lira
tanto pudiese el son que en un momento
aplacase la ira
del animoso viento
y la furia del mar y el movimiento,


y en ásperas montañas
con el süave canto enterneciese
las fieras alimañas,
los árboles moviese
y al son confusamente los trujiese:


no pienses que cantado
seria de mí, hermosa flor de Gnido,
el fiero Marte airado,
a muerte convertido,
de polvo y sangre y de sudor teñido,


ni aquellos capitanes
en las sublimes ruedas colocados,
por quien los alemanes
el fiero cuello atados,
y los franceses van domesticados;


mas solamente aquella
fuerza de tu beldad seria cantada,
y alguna vez con ella
también seria notada
el aspereza de que estás armada,


y cómo por ti sola
y por tu gran valor y hermosura,
convertido en vïola,
llora su desventura
el miserable amante en tu figura.


Hablo d’aquel cativo
de quien tener se debe más cuidado,
que ’stá muriendo vivo,
al remo condenado,
en la concha de Venus amarrado.


Por ti, como solía,
del áspero caballo no corrige
la furia y gallardía,
ni con freno la rige,
ni con vivas espuelas ya l’aflige;


por ti con diestra mano
no revuelve la espada presurosa,
y en el dudoso llano
huye la polvorosa
palestra como sierpe ponzoñosa;


por ti su blanda musa,
en lugar de la cítera sonante,
tristes querellas usa
que con llanto abundante
hacen bañar el rostro del amante;


por ti el mayor amigo
l’es importuno, grave y enojoso:
yo puedo ser testigo,
que ya del peligroso
naufragio fui su puerto y su reposo,


y agora en tal manera
vence el dolor a la razón perdida
que ponzoñosa fiera
nunca fue aborrecida
tanto como yo dél, ni tan temida.


No fuiste tú engendrada
ni producida de la dura tierra;
no debe ser notada
que ingratamente yerra
quien todo el otro error de sí destierra.


Hágate temerosa
el caso de Anajárete, y cobarde,
que de ser desdeñosa
se arrepentió muy tarde,
y así su alma con su mármol arde.


Estábase alegrando
del mal ajeno el pecho empedernido
cuando, abajo mirando,
el cuerpo muerto vido
del miserable amante allí tendido,
y al cuello el lazo atado
con que desenlazó de la cadena
el corazón cuitado,
y con su breve pena
compró la eterna punición ajena.


Sentió allí convertirse
en piedad amorosa el aspereza.
¡Oh tarde arrepentirse!
¡Oh última terneza!
¿Cómo te sucedió mayor dureza?


Los ojos s’enclavaron
en el tendido cuerpo que allí vieron;
los huesos se tornaron
más duros y crecieron
y en sí toda la carne convertieron;


las entrañas heladas
tornaron poco a poco en piedra dura;
por las venas cuitadas
la sangre su figura
iba desconociendo y su natura,


hasta que finalmente,
en duro mármol vuelta y transformada,
hizo de sí la gente
no tan maravillada
cuanto de aquella ingratitud vengada.


No quieras tú, señora,
de Némesis airada las saetas
probar, por Dios, agora;
baste que tus perfetas
obras y hermosura a los poetas


den inmortal materia,
sin que también en verso lamentable
celebren la miseria
d’algún caso notable
que por ti pase, triste, miserable.


rosa

Copla I

VILLANCICO DEL MISMO BOSCÁN Y DE GARCILASO DE LA VEGA A DON LUIS DE LA CUEVA PORQUE BAILÓ EN PALACIO CON UNA DAMA QUE LLAMABAN LA PÁJARA

¿Qué testimonios son éstos
que le queréis levantar?
Que no fue sino bailar.

Garcilaso

¿Ésta tienen por gran culpa?
No lo fue, a mi parecer,
porque tiene por desculpa
que lo hizo la mujer.
Ésta le hizo caer
mucho más que no el saltar
que hizo con el bailar.


rosa

Copla II

CANCIÓN, HABIÉNDOSE CASADO SU DAMA

Culpa debe ser quereros,
según lo que en mí hacéis,
mas allá lo pagaréis
do no sabrán conoceros,
por mal que me conocéis.

Por quereros, ser perdido
pensaba, que no culpado;
mas que todo lo haya sido,
así me lo habéis mostrado
que lo tengo bien sabido.
¡Quién pudiese no quereros
tanto como vos sabéis,
por holgarme que paguéis
lo que no han de conoceros
con lo que no conocéis!


rosa

Copla III

OTRA

Yo dejaré desde aquí
de ofenderos más hablando,
porque mi morir callando
os ha de hablar por mí.

Gran ofensa os tengo hecha
hasta aquí en haber hablado,
pues en cosa os he enojado
que tan poco me aprovecha.
Derramaré desde aquí
mis lágrimas no hablando,
porque quien muere callando
tiene quien hable por sí.


rosa

Copla IV

A UNA PARTIDA

Acaso supo, a mi ver,
y por acierto quereros
quien tal yerro fue a hacer
como partirse de veros
donde os dejase de ver,

Imposible es que este tal
pensando que os conocía,
supiese lo que hacía
cuando su bien y su mal
junto os entregó en un día.
Acertó acaso a hacer
lo que si por conoceros
hiciera, no podía ser:
partirse y, con solo veros,
dejaros siempre de ver.


rosa

Copla V

TRADUCIENDO CUATRO VERSOS DE OVIDIO

Pues este nombre perdí,
"Dido, mujer de Siqueo",
en mi muerte esto deseo
que se escriba sobre mí:

"El peor de los troyanos
dio la causa y el espada;
Dido, a tal punto llegada,
no puso más de las manos."


rosa

Copla VI

A UNA SEÑORA QUE, ANDANDO ÉL Y OTRO PASEANDO, LES ECHÓ UNA RED EMPEZADA Y UN HUSO COMENZADO A HILAR EN ÉL, Y DIJO QUE AQUELLO HABÍA TRABAJADO TODO EL DÍA

De la red y del hilado
hemos de tomar, señora,
que echáis de vos en un hora
todo el trabajo pasado;

y si el vuestro se ha de dar
a los que se pasearen,
lo que por vos trabajaren
¿dónde lo pensáis echar?


rosa

Copla VII

DEL MISMO GARCILASO A BOSCÁN, PORQUE ESTANDO EN ALEMAÑA DANZÓ EN UNAS BODAS

La gente s’espanta toda,
que hablar a todos distes,
que un milagro que hecistes
hubo de ser en la boda;

pienso que habéis de venir,
si vais por ese camino,
a tornar el agua en vino,
como el danzar en reír.


rosa

Copla VIII

VILLANCICO DE GARCILASO

Nadie puede ser dichoso,
señora, ni desdichado,
sino que os haya mirado.

Porque la gloria de veros
en ese punto se quita
que se piensa mereceros,
así que sin conoceros,
nadi puede ser dichoso,
señora, ni desdichado,
sino que os haya mirado.


rosa

Égloga I

AL VIRREY DE NÁPOLES

Personas: SALICIO, NEMOROSO

1.

El dulce lamentar de dos pastores,
Salicio juntamente y Nemoroso,
he de cantar, sus quejas imitando;
cuyas ovejas al cantar sabroso
estaban muy atentas, los amores,
de pacer olvidadas, escuchando.
Tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
agora estés atento sólo y dado
al ínclito gobierno del estado
albano, agora vuelto a la otra parte,
resplandeciente, armado,
representando en tierra el fiero Marte;

2.

agora, de cuidados enojosos
y de negocios libre, por ventura
andes a caza, el monte fatigando
en ardiente ginete que apresura
el curso tras los ciervos temerosos,
que en vano su morir van dilatando:
espera, que en tornando
a ser restitüido
al ocio ya perdido,
luego verás ejercitar mi pluma
por la infinita, innumerable suma
de tus virtudes y famosas obras,
antes que me consuma,
faltando a ti, que a todo el mundo sobras.

3.

En tanto que este tiempo que adevino
viene a sacarme de la deuda un día
que se debe a tu fama y a tu gloria
(qu’es deuda general, no sólo mía,
mas de cualquier ingenio peregrino
que celebra lo digno de memoria),
el árbol de victoria
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente
dé lugar a la hiedra que se planta
debajo de tu sombra y se levanta
poco a poco, arrimada a tus loores;
y en cuanto esto se canta,
escucha tú el cantar de mis pastores.

4.

Saliendo de las ondas encendido,
rayaba de los montes el altura
el sol, cuando Salicio, recostado
al pie d’una alta haya, en la verdura
por donde una agua clara con sonido
atravesaba el fresco y verde prado,
él, con canto acordado
al rumor que sonaba
del agua que pasaba,
se quejaba tan dulce y blandamente
como si no estuviera de allí ausente
la que de su dolor culpa tenía,
y así como presente,
razonando con ella, le decía:

5.

SALICIO

¡Oh más dura que mármol a mis quejas
y al encendido fuego en que me quemo
más helada que nieve, Galatea!
Estoy muriendo, y aun la vida temo;
témola con razón, pues tú me dejas,
que no hay sin ti el vivir para qué sea.
Vergüenza he que me vea
ninguno en tal estado,
de ti desamparado,
y de mí mismo yo me corro agora.
¿D’un alma te desdeñas ser señora
donde siempre moraste, no pudiendo
della salir un hora?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

6.

El sol tiende los rayos de su lumbre
por montes y por valles, despertando
las aves y animales y la gente:
cuál por el aire claro va volando,
cuál por el verde valle o alta cumbre
paciendo va segura y libremente,
cuál con el sol presente
va de nuevo al oficio
y al usado ejercicio
do su natura o menester l’inclina;
siempre está en llanto esta ánima mezquina,
cuando la sombra el mundo va cubriendo,
o la luz se avecina.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

7.

Y tú, desta mi vida ya olvidada,
sin mostrar un pequeño sentimiento
de que por ti Salicio triste muera,
dejas llevar, desconocida, al viento
el amor y la fe que ser guardada
eternamente solo a mi debiera.
¡Oh Dios!, ¿por qué siquiera,
pues ves desde tu altura
esta falsa perjura
causar la muerte d’un estrecho amigo,
no recibe del cielo algún castigo?
Si en pago del amor yo estoy muriendo,
¿qué hará el enemigo?
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

8.

Por ti el silencio de la selva umbrosa,
por ti la esquividad y apartamiento
del solitario monte m’agradaba;
por ti la verde hierba, el fresco viento,
el blanco lirio y colorada rosa
y dulce primavera deseaba.
¡Ay, cuánto m’engañaba!
¡Ay, cuán diferente era
y cuán d´otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con su voz me lo decía
la siniestra corneja, repitiendo
la desventura mía.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

9.

Cuántas veces, durmiendo en la floresta,
reputándolo yo por desvarío,
vi mi mal entre sueños, desdichado!
Soñaba que en el tiempo del estío
llevaba, por pasar allí la siesta,
a abrevar en el Tajo mi ganado;
y después de llegado,
sin saber de cuál arte,
por desusada parte
y por nuevo camino el agua s’iba;
ardiendo yo con la calor estiva,
el curso enajenado iba siguiendo
del agua fugitiva.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

l0.

Tu dulce habla ¿en cúya oreja suena?
Tus claros ojos ¿a quién los volviste?
¿Por quién tan sin respeto me trocaste?
Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste?
¿Cuál es el cuello que como en cadena
de tus hermosos brazos añudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no s’esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

11.

¿Qué no s’esperará d’aquí adelante,
por difícil que sea y por incierto,
o qué discordia no será juntada?
Y juntamente ¿qué terná por cierto,
o qué de hoy más no temerá el amante,
siendo a todo materia por ti dada?
Cuando tú enajenada
de mi cuidado fuiste,
notable causa diste,
y ejemplo a todos cuantos cubre’l cielo,
que’l más seguro tema con recelo
perder lo que estuviere poseyendo.
Salid fuera sin duelo,
salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

12.

Materia diste al mundo d’espcranza
d’alcanzar lo imposible y no pensado
y de hacer juntar lo diferente,
dando a quien diste el corazón malvado,
quitándolo de mí con tal mudanza
que siempre sonará de gente en gente.
La cordera paciente
con el lobo hambriento
hará su ajuntamiento,
y con las simples aves sin rüido
harán las bravas sierpes ya su nido,
que mayor diferencia comprehendo
de ti al que has escogido.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

13.

Siempre dc nueva leche en el verano
y en el invierno abundo; en mi majada
la manteca y el queso está sobrado.
De mi cantar, pues, yo te via agradada
tanto que no pudiera el mantüano
Títero ser de ti más alabado.
No soy, pues, bien mirado,
tan disforme ni feo,
que aun agora me veo
en esta agua que corre clara y pura,
y cierto no trocara mi figura
con ese que de mi s’está reyendo;
¡trocara mi ventura!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

14.

¿Cómo te vine en tanto menosprecio?
¿Cómo te fui tan presto aborrecible?
¿Cómo te faltó en mí el conocimiento?
Si no tuvieras condición terrible,
siempre fuera tenido de ti en precio
y no viera este triste apartamiento.
¿No sabes que sin cuento
buscan en el estío
mis ovejas el frío
de la sierra de Cuenca, y el gobierno
del abrigado Estremo en el invierno?
Mas ¡qué vale el tener, si derritiendo
m’estoy en llanto eterno!
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.

15.

Con mi llorar las piedras enternecen
su natural dureza y la quebrantan;
los árboles parece que s’inclinan;
las aves que m’escuchan, cuando cantan,
con diferente voz se condolecen
y mi morir cantando m’adevinan;
las fieras que reclinan
su cuerpo fatigado
dejan el sosegado
sueño por escuchar mi llanto triste:
tú sola contra mí t’endureciste,
los ojos aun siquiera no volviendo
a los que tú hiciste
salir, sin duelo, lágrimas corriendo.

16.

Mas ya que a socorrerme aquí no vienes,
no dejes el lugar que tanto amaste,
que bien podrás venir de mí segura.
Yo dejaré el lugar do me dejaste;
ven si por solo aquesto te detienes.
Ves aquí un prado lleno de verdura,
ves aquí un’ espesura,
ves aquí un agua clara,
en otro tiempo cara,
a quien de ti con lágrimas me quejo;
quizá aquí hallarás, pues yo m’alejo,
al que todo mi bien quitar me puede,
que pues el bien le dejo,
no es mucho que’l lugar también le quede.

17.

Aquí dio fin a su cantar Salicio,
y sospirando en el postrero acento,
soltó de llanto una profunda vena;
queriendo el monte al grave sentimiento
d’aquel dolor en algo ser propicio,
con la pesada voz retumba y suena;
la blanda Filomena,
casi como dolida
y a compasión movida,
dulcemente responde al son lloroso.
Lo que cantó tras esto Nemoroso,
decildo vos, Pïérides, que tanto
no puedo yo ni oso,
que siento enflaquecer mi débil canto.

18.

NEMOROSO

Corrientes aguas puras, cristalinas,
árboles que os estáis mirando en ellas,
verde prado de fresca sombra lleno,
aves que aquí sembráis vuestras querellas,
hiedra que por los árboles caminas,
torciendo el paso por su verde seno:
yo me vi tan ajeno
del grave mal que siento
que de puro contento
con vuestra soledad me recreaba,
donde con dulce sueño reposaba,
o con el pensamiento discurría
por donde no hallaba
sino memorias llenas d’alegría;

19.

y en este mismo valle, donde agora
me entristezco y me canso en el reposo,
estuve ya contento y descansado.
¡ Oh bien caduco, vano y presuroso!
Acuérdome, durmiendo aquí algún hora,
que, despertando, a Elisa vi a mi lado.
¡Oh miserable hado!
¡Oh tela delicada,
antes de tiempo dada
a los agudos filos de la muerte!
Más convenible fuera aquesta suerte
a los cansados años de mi vida,
que’s más que’l hierro fuerte,
pues no la ha quebrantado tu partida.

20.

¿Dó están agora aquellos claros ojos
que llevaban tras sí, como colgada,
mi alma, doquier que ellos se volvían?
¿Dó está la blanca mano delicada,
llena de vencimientos y despojos
que de mí mis sentidos l’ofrecían?
Los cabellos que vían
con gran desprecio al oro
como a menor tesoro
¿adónde están, adónde el blanco pecho?
¿Dó la columna que’l dorado techo
con proporción graciosa sostenía?
Aquesto todo agora ya s’encierra,
por desventura mía,
en la escura, desierta y dura tierra.

21.

¿Quién me dijera, Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle al fresco viento
andábamos cogiendo tiernas flores,
que habia de ver, con largo apartamiento,
venir el triste y solitario día
que diese amargo fin a mis amores?
El cielo en mis dolores
cargó la mano tanto
que a sempiterno llanto
y a triste soledad me ha condenado;
y lo que siento más es verme atado
a la pesada vida y enojosa,
solo, desamparado,
ciego, sin lumbre en cárcel tenebrosa.

22.

Después que nos dejaste, nunca pace
en hartura el ganado ya, ni acude
el campo al labrador con mano llena;
no hay bien que’n mal no se convierta y mude.
La mala hierba al trigo ahoga, y nace
en lugar suyo la infelice avena;
la tierra, que de buena
gana nos producía
flores con que solía
quitar en solo vellas mil enojos,
produce agora en cambio estos abrojos,
ya de rigor d’espinas intratable.
Yo hago con mis ojos
crecer, lloviendo, el fruto miserable.

23.

Como al partir del sol la sombra crece,
y en cayendo su rayo, se levanta
la negra escuridad que’l mundo cubre,
de do viene el temor que nos espanta
y la medrosa forma en que s’ofrece
aquella que la noche nos encubre
hasta que’l sol descubre
su luz pura y hermosa:
tal es la tenebrosa
noche de tu partir en que he quedado
de sombra y de temor atormentado,
hasta que muerte el tiempo determine
que a ver el deseado
sol de tu clara vista m’encamine.

24.

Cual suele el ruiseñor con triste canto
quejarse, entre las hojas escondido,
del duro labrador que cautamente
le despojó su caro y dulce nido
de los tiernos hijuelos entretanto
que del amado ramo estaba ausente,
y aquel dolor que siente,
con diferencia tanta
por la dulce garganta
despide que a su canto el aire suena,
y la callada noche no refrena
su lamentable oficio y sus querellas,
trayendo de su pena
el cielo por testigo y las estrellas:

25.

desta manera suelto yo la rienda
a mi dolor y ansí me quejo en vano
de la dureza de la muerte airada;
ella en mi corazón metió la mano
y d’allí me llevó mi dulce prenda,
que aquél era su nido y su morada.
¡Ay, muerte arrebatada,
por ti m’estoy quejando
al cielo y enojando
con importuno llanto al mundo todo!
El desigual dolor no sufre modo;
no me podrán quitar el dolorido
sentir si ya del todo
primero no me quitan el sentido.

26.

Tengo una parte aquí de tus cabellos,
Elisa, envueltos en un blanco paño,
que nunca de mi seno se m’apartan;
descójolos, y de un dolor tamaño
enternecer me siento que sobre ellos
nunca mis ojos de llorar se hartan.
Sin que d’allí se partan,
con sospiros callientes,
más que la llama ardientes,
los enjugo del llanto, y de consuno
casi los paso y cuento uno a uno;
juntándolos, con un cordón los ato.
Tras esto el importuno
dolor me deja descansar un rato.

27.

Mas luego a la memoria se m’ofrece
aquella noche tenebrosa, escura,
que siempre aflige esta anima mezquina
con la memoria de mi desventura:
verte presente agora me parece
en aquel duro trance de Lucina;
y aquella voz divina,
con cuyo son y acentos
a los airados vientos
pudieran amansar, que agora es muda,
me parece que oigo, que a la cruda,
inexorable diosa demandabas
en aquel paso ayuda;
y tú, rústica diosa, ¿dónde estabas?

28.

¿Íbate tanto en perseguir las fieras?
¿Íbate tanto en un pastor dormido?
¿Cosa pudo bastar a tal crüeza
que, comovida a compasión, oído
a los votos y lágrimas no dieras,
por no ver hecha tierra tal belleza,
o no ver la tristeza
en que tu Nemoroso
queda, que su reposo
era seguir tu oficio, persiguiendo
las fieras por los montes y ofreciendo
a tus sagradas aras los despojos?
¡Y tú, ingrata, riendo
dejas morir mi bien ante mis ojos!

29.

Divina Elisa, pues agora el cielo
con inmortales pies pisas y mides,
y su mudanza ves, estando queda,
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo y yerme libre pueda,
y en la tercera rueda,
contigo mano a mano,
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos,
sin miedo y sobresalto de perderte?

30.

Nunca pusieran fin al triste lloro
los pastores, ni fueran acabadas
las canciones que solo el monte oía,
si mirando las nubes coloradas,
al tramontar del sol bordadas d’oro,
no vieran que era ya pasado el día;
la sombra se veía
venir corriendo apriesa
ya por la falda espesa
del altísimo monte, y recordando
ambos como de sueño, y acabando
el fugitivo sol, de luz escaso,
su ganado llevando,
se fueron recogiendo paso a paso.


rosa

Égloga II

Personas: ALBANIO, CAMILA; SALICIO, NEMOROSO

En medio del invierno está templada
el agua dulce desta clara fuente,
y en el verano más que nieve helada.
¡Oh claras ondas, cómo veo presente,
en viéndoos, la memoria d’aquel día
de que el alma temblar y arder se siente!
En vuestra claridad vi mi alegría
escurecerse toda y enturbiarse;
cuando os cobré, perdí mi compañía.
¿A quién pudiera igual tormento darse,
que con lo que descansa otro afligido
venga mi corazón a atormentarse?
El dulce murmurar deste rüido,
el mover de los árboles al viento,
el suave olor del prado florecido
podrian tornar d’enfermo y descontento
cualquier pastor del mundo alegre y sano;
yo solo en tanto bien morir me siento.
¡Oh hermosura sobre’l ser humano,
oh claros ojos, oh cabellos d’oro,
oh cuello de marfil, oh blanca mano!,
¿cómo puede ora ser qu’en triste lloro
se convertiese tan alegre vida
y en tal pobreza todo mi tesoro?
Quiero mudar lugar y a la partida
quizá me dejará parte del daño
que tiene el alma casi consumida.
¡Cuán vano imaginar, cuán claro engaño
es darme yo a entender que con partirme,
de mí s’ha de partir un mal tamaño!
¡Ay miembros fatigados, y cuán firme
es el dolor que os cansa y enflaquece!
¡Oh, si pudiese un rato aquí adormirme!
Al que, velando, el bien nunca s’ofrece,
quizá qu’el sueño le dará, dormiendo,
algún placer que presto desparece;
en tus manos ¡oh sueño! m’encomiendo.

SALICIO

¡Cuán bienaventurado
aquél puede llamarse
que con la dulce soledad s’abraza,
y vive descuidado
y lejos d’empacharse
en lo que al alma impide y embaraza!
No ve la llena plaza
ni la soberbia puerta
de los grandes señores,
ni los aduladores

a quien la hambre del favor despierta;
no le será forzoso
rogar, fingir, temer y estar quejoso.

A la sombra holgando
d’un alto pino o robre
o d’alguna robusta y verde encina,
el ganado contando
de su manada pobre
que en la verde selva s’avecina,
plata cendrada y fina
y oro luciente y puro
bajo y vil le parece,
y tanto lo aborrece
que aun no piensa que dello está seguro,
y como está en su seso,
rehuye la cerviz del grave peso.

Convida a un dulce sueño
aquel manso rüido
del agua que la clara fuente envía,
y las aves sin dueño,
con canto no aprendido,
hinchen el aire de dulce armonía.
Háceles compañía,
a la sombra volando
y entre varios olores
gustando tiernas flores,
la solícita abeja susurrando;
los árboles, el viento
al sueño ayudan con su movimiento,

¿Quién duerme aquí? ¿Dó está que no le veo?
¡Oh, hele allí! ¡Dichoso tú, que aflojas
la cuerda al pensamiento o al deseo!
¡Oh natura, cuán pocas obras cojas
en el mundo son hechas por tu mano,
creciendo el bien, menguando las congojas!
El sueño diste al corazón humano
para que, al despertar, más s’alegrase
del estado gozoso, alegre o sano,
que como si de nuevo le hallase,
hace aquel intervalo que ha passado
qu’el nuevo gusto nunca al fin se pase;
y al que de pensamiento fatigado
el sueño baña con licor piadoso,
curando el corazón despedazado,
aquel breve descanso, aquel reposo
basta para cobrar de nuevo aliento
con que se pase el curso trabajoso.
Llegarme quiero cerca con buen tiento
y ver, si de mí fuere conocido,
si es del número triste o del contento.
Albanio es este que ’stá ’quí dormido,
o yo conosco mal; Albanio es, cierto.
Duerme, garzón cansado y afligido.
¡Por cuán mejor librado tengo un muerto,
que acaba’l curso de la vida humana
y es conducido a más seguro puerto,
qu’el que, viviendo acá, de vida ufana
y d’estado gozoso, noble y alto
es derrocado de fortuna insana!
Dicen qu’este mancebo dio un gran salto,
que d’amorosos bienes fue abundante,
y agora es pobre, miserable y falto;
no sé la historia bien, mas quien delante
se halló al duelo me contó algún poco
del grave caso deste pobre amante.

ALBANIO

¿Es esto sueño, o ciertamente toco
la blanca mano? ¡Ah, sueño, estás burlando!
Yo estábate creyendo como loco.
¡Oh cuitado de mi! Tú vas volando
con prestas alas por la ebúrnea puerta;
yo quédome tendido aquí llorando.
¿No basta el grave mal en que despierta
el alma vive, o por mejor decillo,
está muriendo d’una vida incierta?

SALICIO

Albanio, deja el llanto, qu’en oíllo me aflijo.

ALBANIO

¿Quién presente ’stá a mi duelo?

SALICIO

Aquí está quien t’ayudará a sentillo.

>

ALBANIO

¿Aquí estás tú, Salicio? Gran consuelo
me fuera en cualquier mal tu compañía,
mas tengo en esto por contrario el cielo.

SALICIO

Parte de tu trabajo ya m’había
contado Galafrón, que fue presente
en aqueste lugar el mismo día,
mas no supo decir del acidente
la causa principal, bien que pensaba
que era mal que decir no se consiente;
y a la sazón en la ciudad yo estaba,
como tú sabes bien, aparejando
aquel largo camino que’speraba,
y esto que digo me contaron cuando
torné a volver; mas yo te ruego ahora,
si esto no es enojoso que demando,
que particularmente el punto y hora,
la causa, el daño cuentes y el proceso,
que’l mal, comunicándose, mejora.

ALBANIO

Con un amigo tal, verdad es eso
cuando el mal sufre cura, mi Salicio,
mas éste ha penetrado hasta el hueso.
Verdad es que la vida y ejercicio
común y el amistad que a ti me ayunta
mandan que complacerte sea mi oficio;
mas ¿qué haré?, qu’el alma ya barrunta
que quiero renovar en la memoria
la herida mortal d’aguda punta,
y póneme delante aquella gloria
pasada y la presente desventura
para espantarme de la horrible historia.
Por otra parte, pienso qu’es cordura
renovar tanto el mal que m’atormenta
que a morir venga de tristeza pura,
y por esto, Salicio, entera cuenta
te daré de mi mal como pudiere,
aunque el alma rehuya y no consienta.
Quise bien, y querré mientras rigere
aquestos miembros el espirtu mío,
aquélla por quien muero, si muriere.
En este amor no entré por desvarío,
ni lo traté, como otros, con engaños,
ni fue por elección de mi albedrío:
desde mis tiernos y primeros años
a aquella parte m’enclinó mi estrella
y aquel fiero destino de mis daños.
Tú conociste bien una doncella
de mi sangre y agüelos decendida,
más que la misma hermosura bella;
en su verde niñez siendo ofrecida
por montes y por selvas a Diana,
ejercitaba allí su edad florida.
Yo, que desde la noche a la mañana
y del un sol al otro sin cansarme
seguía la caza con estudio y gana,
por deudo y ejercicio a conformarme
vine con ella en tal domestiqueza
que della un punto no sabia apartarme;
iba de un hora en otra la estrecheza
haciéndose mayor, acompañada
de un amor sano y lleno de pureza.
¿Qué montaña dejó de ser pisada
de nuestros pies? ¿Qué bosque o selva umbrosa
no fue de nuestra caza fatigada?
Siempre con mano larga y abundosa,
con parte de la caza visitando
el sacro altar de nuestra santa diosa,
la colmilluda testa ora llevando
del puerco jabalí, cerdoso y fiero,
del peligro pasado razonando,
ora clavando del ciervo ligero
en algún sacro pino los ganchosos
cuernos, con puro corazón sincero,
tornábamos contentos y gozosos,
y al disponer de lo que nos quedaba,
jamás me acuerdo de quedar quejosos.
Cualquiera caza a entrambos agradaba,
pero la de las simples avecillas
menos trabajo y más placer nos daba.
En mostrando el aurora sus mejillas
de rosa y sus cabellos d’oro fino,
humedeciendo ya las florecillas,
nosotros, yendo fuera de camino,
buscábamos un valle, el más secreto
y de conversación menos vecino.
Aquí, con una red de muy perfeto
verde teñida, aquel valle atajábamos
muy sin rumor, con paso muy quïeto;
de dos árboles altos la colgábamos,
y habiéndonos un poco lejos ido,
hacia la red armada nos tornábamos,

y por lo más espeso y escondido
los árboles y matas sacudiendo,
turbábamos el valle con rüido.
Zorzales, tordos, mirlas, que temiendo,
delante de nosotros espantados,
del peligro menor iban huyendo,
daban en el mayor, desatinados,
quedando en la sotil red engañosa
confusamente todos enredados.
Y entonces era vellos una cosa
estraña y agradable, dando gritos
y con voz lamentándose quejosa;
algunos dellos, que eran infinitos,
su libertad buscaban revolando;
otros estaban míseros y aflitos.
Al fin, las cuerdas de la red tirando,
llevábamosla juntos casi llena,
la caza a cuestas y la red cargando.
Cuando el húmido otoño ya refrena
del seco estío el gran calor ardiente
y va faltando sombra a Filomena,
con otra caza, d’ésta diferente
aunque también de vida ocioso y blanda,
pasábamos el tiempo alegremente.
Entonces siempre, como sabes, anda
d’estorninos volando a cada parte,
acá y allá, la espesa y negra banda;
y cierto aquesto es cosa de contarte,
cómo con los que andaban por el viento
usábamos también astucia y arte.
Uno vivo, primero, d’aquel cuento
tomábamos, y en esto sin fatiga
era cumplido luego nuestro intento;
al pie del cual un hilo untado en liga
atando, le soltábamos al punto
que via volar aquella banda amiga;
apenas era suelto cuando junto
estaba con los otros y mesclado,
secutando el efeto de su asunto:
a cuantos era el hilo enmarañado
por alas o por pies o por cabeza,
todos venian al suelo mal su grado.
Andaban forcejando una gran pieza,
a su pesar y a mucho placer nuestro,
que así d’un mal ajeno bien s’empieza.
Acuérdaseme agora qu’el siniestro
canto de la corneja y el agüero
para escaparse no le fue maestro.
Cuando una dellas, como es muy ligero,
a nuestras manos viva nos venía,
era prisión de más d’un prisionero;
la cual a un llano grande yo traía
adó muchas cornejas andar juntas,
o por el suelo o por el aire, vía;
clavándola en la tierra por las puntas
estremas de las alas, sin rompellas,
seguiase lo que apenas tú barruntas.
Parecia que mirando las estrellas,
clavada boca arriba en aquel suelo,
estaba a contemplar el curso dellas;
d’allí nos alejábamos, y el cielo
rompia con gritos ella y convocaba
de las cornejas el superno vuelo;
en un solo momento s’ajuntaba
una gran muchedumbre presurosa
a socorrer la que en el suelo estaba.
Cercábanla, y alguna, más piadosa
del mal ajeno de la compañera
que del suyo avisada o temerosa,
llegábase muy cerca, y la primera
qu’esto hacia pagaba su inocencia
con prisión o con muerte lastimera:
con tal fuerza la presa, y tal violencia,
s’engarrafaba de la que venía
que no se dispidiera sin licencia.
Ya puedes ver cuán gran placer sería
ver, d’una por soltarse y desasirse,
d’otra por socorrerse, la porfía;
al fin la fiera lucha a despartirse
venia por nuestra mano, y la cuitada
del bien hecho empezaba a arrepentirse.
¿Qué me dirás si con su mano alzada,
haciendo la noturna centinela,
la grulla de nosotros fue engañada?
No aprovechaba al ánsar la cautela
ni ser siempre sagaz discubridora
de noturnos engaños con su vela,
ni al blanco cisne qu’en las aguas mora
por no morir como Faetón en fuego,
del cual el triste caso canta y llora.
Y tú, perdiz cuitada, ¿piensas luego
que en huyendo del techo estás segura?
En el campo turbamos tu sosiego.
A ningún ave o animal natura
dotó de tanta astucia que no fuese
vencido al fin de nuestra astucia pura.
Si por menudo de contar t’hobiese
d’aquesta vida cada partecilla,
temo que antes del fin anocheciese;
basta saber que aquesta tan sencilla
y tan pura amistad quiso mi hado
en diferente especie convertilla,
en un amor tan fuerte y tan sobrado
y en un desasosiego no creíble
tal que no me conosco de trocado.
El placer de miralla con terrible
y fiero desear sentí mesclarse,
que siempre me llevaba a lo imposible;
la pena de su ausencia vi mudarse,
no en pena, no en congoja, en cruda muerte
y en un infierno el alma atormentarse.
A aqueste ’stado, en fin, mi dura suerte
me trujo poco a poco, y no pensara
que contra mí pudiera ser más fuerte
si con mi grave daño no probara
que en comparación d’ésta, aquella vida
cualquiera por descanso la juzgara.
Ser debe aquesta historia aborrecida
de tus orejas, ya que así atormenta
mi lengua y mi memoria entristecida;
decir ya más no es bien que se consienta.
Junto todo mi bien perdí en un hora,
y ésta es la suma, en fin, d’aquesta cuenta.

SALICIO

Albanio, si tu mal comunicaras
con otro que pensaras que tu pena
juzgaba como ajena, o qu’este fuego
nunca probó ni el juego peligroso
de que tú estás quejoso, yo confieso
que fuera bueno aqueso que ora haces;
mas si tú me deshaces con tus quejas,
¿por qué agora me dejas como a estraño,
sin dar daqueste daño fin al cuento?
¿Piensas que tu tormento como nuevo
escucho, y que no pruebo por mi suerte
aquesta viva muerte en las entrañas?
Si ni con todas mañas o esperiencia
esta grave dolencia se deshecha,
al menos aprovecha, yo te digo,
para que de un amigo que adolesca
otro se condolesca, que ha llegado
de bien acuchillado a ser maestro.
Así que, pues te muestro abiertamente
que no estoy inocente destos males,
que aun traigo las señales de las llagas,
no es bien que tú te hagas tan esquivo,
que mientras estás vivo, ser podría
que por alguna vía t’avisase,
o contigo llorase, que no es malo
tener al pie del palo quien se duela
del mal, y sin cautela t’aconseje.

ALBANIO

Tú quieres que forceje y que contraste
con quien al fin no baste a derrocalle.
Amor quiere que calle; yo no puedo
mover el paso un dedo sin gran mengua;
él tiene de mi lengua el movimiento,
así que no me siento ser bastante.

SALICIO

¿Qué te pone delante que t’empida
el descubrir tu vida al que aliviarte
del mal alguna parte cierto espera?

ALBANIO

Amor quiere que muera sin reparo,
y conociendo claro que bastaba
lo que yo descansaba en este llanto
contigo a que entretanto m’aliviase
y aquel tiempo probase a sostenerme,
por más presto perderme, como injusto,
me ha ya quitado el gusto que tenía
de echar la pena mía por la boca,
así que ya no toca nada dello
a ti querer sabello, ni contallo
a quien solo pasallo le conviene,
y muerte sola por alivio tiene.

SALICIO

¿Quién es contra su ser tan inhumano
que al enimigo entrega su despojo
y pone su poder en otra mano?
¿Cómo, y no tienes algún hora enojo
de ver que amor tu misma lengua ataje
o la desate por su solo antojo?

ALBANIO

Salicio amigo, cese este lenguaje;
cierra tu boca y más aquí no la abras;
yo siento mi dolor, y tú mi ultraje.
¿Para qué son maníficas palabras?
¿Quién te hizo filósofo elocuente,
siendo pastor d’ovejas y de cabras?
¡Oh cuitado de mí, cuán fácilmente,
con espedida lengua y rigurosa,
el sano da consejos al doliente!

SALICIO

No te aconsejo yo ni digo cosa
para que debas tú por ella darme
respuesta tan aceda y tan odiosa;
ruégote que tu mal quieras contarme
porque d’él pueda tanto entristecerme
cuanto suelo del bien tuyo alegrarme.

ALBANIO

Pues ya de ti no puedo defenderme,
yo tornaré a mi cuento cuando hayas
prometido una gracia concederme,
y es que en oyendo el fin, luego te vayas
y me dejes llorar mi desventura
entr’estos pinos solo y estas hayas.

SALICIO

Aunque pedir tú eso no es cordura,
yo seré dulce más que sano amigo
y daré buen lugar a tu tristura.

ALBANIO

Ora, Salicio, escucha lo que digo,
y vos, ¡oh ninfas deste bosque umbroso!,
adoquiera que estáis, estad comigo.
Ya te conté el estado tan dichoso
adó me puso amor, si en él yo firme
pudiera sostenerme con reposo;
mas como de callar y d’encubrirme
d’aquélla por quien vivo m’encendía
llegué ya casi al punto de morirme,
mil veces ella preguntó qué había
y me rogó que el mal le descubriese
que mi rostro y color le descubría;
mas no acabó, con cuanto me dijiese,
que de mí a su pregunta otra respuesta
que un sospiro con lágrimas hubiese.
Aconteció que en un’ ardiente siesta,
viniendo de la caza fatigados
en el mejor lugar desta floresta,
qu’es éste donde ’stamos asentados,
a la sombra d’un árbol aflojamos
las cuerdas a los arcos trabajados;
en aquel prado allí nos reclinamos,
y del Céfiro fresco recogiendo
el agradable espirtu, respiramos.
Las flores, a los ojos ofreciendo
diversidad estraña de pintura,
diversamente así estaban oliendo;
y en medio aquesta fuente clara y pura,
que como de cristal resplandecía,
mostrando abiertamente su hondura,
el arena, que d’oro parecía,
de blancas pedrezuelas varïada,
por do manaba el agua, se bullía.
En derredor, ni sola una pisada
de fiera o de pastor o de ganado
a la sazón estaba señalada.
Después que con el agua resfrïado
hubimos el calor y juntamente
la sed de todo punto mitigado,
ella, que con cuidado diligente
a conocer mi mal tenia el intento
y a escodriñar el ánimo doliente,
con nuevo ruego y firme juramento
me conjuró y rogó que le contase
la causa de mi grave pensamiento,
y si era amor, que no me recelase
de hacelle mi caso manifesto
y demostralle aquella que yo amase;
que me juraba que también en esto
el verdadero amor que me tenía
con pura voluntad estaba presto.
Yo, que tanto callar ya no podía
y claro descubrir menos osara
lo que en el alma triste se sentía,
le dije que en aquella fuente clara
veria d’aquella que yo tanto amaba
abiertamente la hermosa cara;
ella, que ver aquésta deseaba,
con menos diligencia discurriendo
d’aquélla con qu’el paso apresuraba,
a la pura fontana fue corriendo,
y en viendo el agua, toda fue alterada,
en ella su figura sola viendo;
y no de otra manera arrebatada
del agua rehuyó que si estuviera
de la rabiosa enfermedad tocada,
y sin mirarme, desdeñosa y fiera,
no sé qué allá entre dientes murmurando,
me dejó aquí, y aquí quiere que muera.
Quedé yo triste y solo allí, culpando
mi temerario osar, mi desvarío,
la pérdida del bien considerando;
creció de tal manera el dolor mío
y de mi loco error el desconsuelo
que hice de mis lágrimas un río.
Fijos los ojos en el alto cielo,
estuve boca arriba una gran pieza
tendido, sin mudarme en este suelo;
y como d’un dolor otro s’empieza,
el largo llanto, el desvanecimiento,
el vano imaginar de la cabeza,
de mi gran culpa aquel remordimiento,
verme del todo, al fin, sin esperanza
me trastornaron casi el sentimiento.
.Cómo deste lugar hice mudanza
no sé, ni quién d’aquí me condujiese
al triste albergue y a mi pobre estanza;
sé que tornando en mí, como estuviese
sin comer y dormir bien cuatro días
y sin que el cuerpo de un lugar moviese,
las ya desmamparadas vacas mías
por otro tanto tiempo no gustaron
las verdes hierbas ni las aguas frías;
los pequeños hijuelos, que hallaron
las tetas secas ya de las hambrientas
madres, bramando al cielo se quejaron;
las selvas, a su voz también atentas,
bramando pareció que respondían,
condolidas del daño y descontentas.
Aquestas cosas nada me movían;
antes, con mi llorar, hacia espantados
todos cuantos a verme allí venían.
Vinieron los pastores de ganados,
vinieron de los sotos los vaqueros
para ser de mi mal de mí informados;
y todos con los gestos lastimeros
me preguntaban cuáles habian sido
los acidentes de mi mal primeros;
a los cuales, en tierra yo tendido,
ninguna otra respuesta dar sabía,
rompiendo con sollozos mi gemido,
sino de rato en rato les decía:
"Vosotros, los de Tajo, en su ribera
cantaréis la mi muerte cada día;
este descanso llevaré, aunque muera,
que cada día cantaréis mi muerte,
vosotros, los de Tajo, en su ribera".
La quinta noche, en fin, mi cruda suerte,
queriéndome llevar do se rompiese
aquesta tela de la vida fuerte,
hizo que de mi choza me saliese
por el silencio de la noche ’scura
a buscar un lugar donde muriese,
y caminando por do mi ventura
y mis enfermos pies me condujeron,
llegué a un barranco de muy gran altura;
luego mis ojos le reconocieron,
que pende sobre’l agua, y su cimiento
las ondas poco a poco le comieron.
Al pie d’un olmo hice allí mi asiento,
y acuérdome que ya con ella estuve
pasando allí la siesta al fresco viento;
en aquesta memoria me detuve
como si aquésta fuera medicina
de mi furor y cuanto mal sostuve.
Denunciaba el aurora ya vecina
la venida del sol resplandeciente,
a quien la tierra, a quien la mar s’enclina;
entonces, como cuando el cisne siente
el ansia postrimera que l’aqueja
y tienta el cuerpo mísero y doliente,
con triste y lamentable son se queja
y se despide con funesto canto
del espirtu vital que d’él s’aleja:
así aquejado yo de dolor tanto
que el alma abandonaba ya la humana
carne, solté la rienda al triste llanto:
"¡Oh fiera", dije, "más que tigre hircana
y más sorda a mis quejas qu’el rüido
embravecido de la mar insana,
heme entregado, heme aquí rendido,
he aquí que vences; toma los despojos
de un cuerpo miserable y afligido!
Yo porné fin del todo a mis enojos;
ya no te ofenderá mi rostro triste,
mi temerosa voz y húmidos ojos;
quizá tú, qu’en mi vida no moviste
el paso a consolarme en tal estado
ni tu dureza cruda enterneciste,
viendo mi cuerpo aquí desamparado,
vernás a arrepentirte y lastimarte,
mas tu socorro tarde habrá llegado.
¿Cómo pudiste tan presto olvidarte
d’aquel tan luengo amor, y de sus ciegos
ñudos en sola un hora desligarte?
¿No se te acuerda de los dulces juegos
ya de nuestra niñez, que fueron leña
destos dañosos y encendidos fuegos,
cuando la encina desta espesa breña
de sus bellotas dulces despojaba,
que íbamos a comer sobr’esta peña?
¿Quién las castañas tiernas derrocaba
del árbol, al subir dificultoso?
¿Quién en su limpia falda las llevaba?
¿Cuándo en valle florido, espeso, umbroso
metí jamás el pie que d’él no fuese
cargado a ti de flores y oloroso?
Jurábasme, si ausente yo estuviese,
que ni el agua sabor ni olor la rosa
ni el prado hierba para ti tuviese.
¿A quién me quejo?, que no escucha cosa
de cuantas digo quien debria escucharme.
Eco sola me muestra ser piadosa;
respondiéndome, prueba conhortarme
como quien probó mal tan importuno,
mas no quiere mostrarse y consolarme.
¡Oh dioses, si allá juntos de consuno,
de los amantes el cuidado os toca;
o tú solo, si toca a solo uno!,
recebid las palabras que la boca
echa con la doliente ánima fuera,
antes qu’el cuerpo torne en tierra poca.
¡Oh náyades, d’aquesta mi ribera
corriente moradoras; oh napeas,
guarda del verde bosque verdadera!,
alce una de vosotras, blancas deas,
del agua su cabeza rubia un poco,
así, ninfa, jamás en tal te veas;
podré decir que con mis quejas toco
las divinas orejas, no pudiendo
las humanas tocar, cuerdo ni loco.
¡Oh hermosas oreadas que, teniendo
el gobierno de selvas y montañas,
a caza andáis, por ellas discurriendo!,
dejad de perseguir las alimañas,
venid a ver un hombre perseguido,
a quien no valen fuerzas ya ni mañas.
¡Oh dríadas, d’amor hermoso nido,
dulces y graciosísimas doncellas
que a la tarde salís de lo ascondido,
con los cabellos rubios que las bellas
espaldas dejan d’oro cubijadas!,
parad mientes un rato a mis querellas,
y si con mi ventura conjuradas
no estáis, haced que sean las ocasiones
de mi muerte aquí siempre celebradas.
¡Oh lobos, oh osos, que por los rincones
destas fieras cavernas ascondidos
estáis oyendo agora mis razones!,
quedaos a Dios, que ya vuestros oídos
de mi zampoña fueron halagados
y alguna vez d’amor enternecidos.
Adiós, montañas; adiós, verdes prados;
adiós, corrientes ríos espumosos:
vivid sin mí con siglos prolongados,
y mientras en el curso presurosos
iréis al mar a dalle su tributo,
corriendo por los valles pedregosos,
haced que aquí se muestre triste luto
por quien, viviendo alegre, os alegraba
con agradable son y viso enjuto,
por quien aquí sus vacas abrevaba,
por quien, ramos de lauro entretejendo,
aquí sus fuertes toros coronaba".
Estas palabras tales en diciendo,
en pie m’alcé por dar ya fin al duro
dolor que en vida estaba padeciendo,
y por el paso en que me ves te juro
que ya me iba a arrojar de do te cuento,
con paso largo y corazón seguro,
cuando una fuerza súbita de viento
vino con tal furor que d’una sierra
pudiera remover el firme asiento.
De espaldas, como atónito, en la tierra
desde ha gran rato me hallé tendido,
que así se halla siempre aquel que yerra.
Con más sano discurso en mi sentido
comencé de culpar el presupuesto
y temerario error que había seguido
en querer dar, con triste muerte, al resto
d’aquesta breve vida fin amargo,
no siendo por los hados aun dispuesto.
D’allí me fui con corazón más largo
para esperar la muerte cuando venga
a relevarme deste grave cargo.
Bien has ya visto cuánto me convenga,
que pues buscalla a mí no se consiente,
ella en buscarme a mí no se detenga.
Contado t’he la causa, el acidente,
el daño y el proceso todo entero;
cúmpleme tu promesa prestamente,
y si mi amigo cierto y verdadero
eres, como yo pienso, vete agora;
no estorbes con dolor acerbo y fiero
al afligido y triste cuando llora.

SALICIO

Tratara de una parte
que agora sólo siento,
si no pensaras que era dar consuelo:
quisiera preguntarte
cómo tu pensamiento
se derribó tan presto en ese suelo,
o se cobrió de un velo,
para que no mirase
que quien tan luengamente
amó, no se consiente
que tan presto del todo t’olvidase.
¿Qué sabes si ella agora
juntamente su mal y el tuyo llora?

ALBANIO

Cese ya el artificio
de la maestra mano;
no me hagas pasar tan grave pena.
Harásme tú, Salicio,
ir do nunca pie humano
estampó su pisada en el arena.
Ella está tan ajena
d’estar desa manera
como tú de pensallo,
aunque quieres mostrallo
con razón aparente a verdadera;
ejercita aquí el arte
a solas, que yo voyme en otra parte.

SALICIO

No es tiempo de curalle
hasta que menos tema
la cura del maestro y su crüeza;
solo quiero dejalle,
que aun está la postema
intratable, a mi ver, por su dureza;
quebrante la braveza
del pecho empedernido
con largo y tierno llanto.
Iréme yo entretanto
a requirir d’un ruiseñor el nido,
que está en un alta encina
y estará presto en manos de Gravina.

CAMILA

Si desta tierra no he perdido el tino,
por aquí el corzo vino que ha traído,
después que fue herido, atrás el viento.
¡Qué recio movimiento en la corrida
lleva, de tal herida lastimado!
En el siniestro lado soterrada,
la flecha enherbolada iba mostrando,
las plumas blanqueando solas fuera,
y háceme que muera con buscalle.
No paso deste valle; aquí está cierto,
y por ventura muerto. ¡Quién me diese
alguno que siguiese el rastro agora,
mientras la herviente hora de la siesta
en aquesta floresta yo descanso!
¡ Ay, viento fresco y manso y amoroso,
almo, dulce, sabroso!, esfuerza, esfuerza
tu soplo, y esta fuerza tan caliente
del alto sol ardiente ora quebranta,
que ya la tierna planta del pie mío
anda a buscar el frío desta hierba.
A los hombres reserva tú, Dïana,
en esta siesta insana, tu ejercicio;
por agora tu oficio desamparo,
que me ha costado caro en este día.
¡Ay dulce fuente mía, y de cuán alto
con solo un sobresalto m’arrojaste!
¿Sabes que me quitaste, fuente clara,
los ojos de la cara?, que no quiero
menos un compañero que yo amaba,
mas no como él pensaba. ¡Dios ya quiera
que antes Camila muera que padezca
culpa por do merezca ser echada
de la selva sagrada de Dïana!
¡Oh cuán de mala gana mi memoria
renueva aquesta historia! Mas la culpa
ajena me desculpa, que si fuera
yo la causa primera desta ausencia,
yo diera la sentencia en mi contrario;
él fue muy voluntario y sin respeto.
Mas ¿para qué me meto en esta cuenta?
Quiero vivir contenta y olvidallo
y aquí donde me hallo recrearme;
aquí quiero acostarme, y en cayendo
la siesta, iré siguiendo mi corcillo,
que yo me maravillo ya y m’espanto
cómo con tal herida huyó tanto.

ALBANIO

Si mi turbada vista no me miente,
paréceme que vi entre rama y rama
una ninfa llegar a aquella fuente.
Quiero llegar allá: quizá si ella ama,
me dirá alguna cosa con que engañe,
con algún falso alivio, aquesta llama.
Y no se me da nada que desbañe
mi alma si es contrario a lo que creo,
que a quien no espera bien, no hay mal que dañe.
¡Oh santos dioses!, ¿qué’s esto que veo?
¿Es error dc fantasma convertida
en forma de mi amor y mi deseo?
Camila es ésta que está aquí dormida;
no puede d’otra ser su hermosura.
La razón está clara y conocida:
una obra sola quiso la natura
hacer como ésta, y rompió luego apriesa
la estampa do fue hecha tal figura;
¿quién podrá luego de su forma espresa
el traslado sacar, si la maestra
misma no basta, y ella lo confiesa?
Mas ya qu’es cierto el bien que a mí se muestra,
¿cómo podré llegar a despertalla,
temiendo yo la luz que a ella me adiestra?
Si solamente de poder tocalla
perdiese el miedo yo... Mas ¿si despierta?
Si despierta, tenella y no soltalla.
Esta osadía temo que no es cierta.
¿Qué me puede hacer? Quiero llegarme;
en fin, ella está agora como muerta.
Cabe ella por lo menos asentarme
bien puedo, mas no ya como solía...
¡Oh mano poderosa de matarme!,
¿viste cuánto tu fuerza en mí podía?
¿Por qué para sanarme no la pruebas?,
que su poder a todo bastaría.

CAMILA

¡Socórreme, Dïana!

ALBANIO

¡No te muevas,
que no t’he de soltar; escucha un poco!

CAMILA

¿Quién me dijera, Albanio, tales nuevas?
¡Ninfas del verde bosque, a vos invoco;
a vos pido socorro desta fuerza!
¿Qué es esto, Albanio? Dime si estás loco.

ALBANIO

Locura debe ser la que me fuerza
a querer más qu’el alma y que la vida
a la que a aborrecerme a mí se ’sfuerza.

CAMILA

Yo debo ser de ti l’aborrecida,
pues me quieres tratar de tal manera,
siendo tuya la culpa conocida.

ALBANIO

¿Yo culpa contra ti? ¡ Si la primera
no está por cometer, Camila mía,
en tu desgracia y disfavor yo muera!

CAMILA

¿Tú no violaste nuestra compañía,
quiriéndola torcer por el camino
que de la vida honesta se desvía?

ALBANIO

¿Cómo, de sola una hora el desatino
ha de perder mil años de servicio,
si el arrepentimiento tras él vino?

CAMILA

Aquéste es de los hombres el oficio:
tentar el mal, y si es malo el suceso,
pedir con humildad perdón del vicio.

ALBANIO

¿Qué tenté yo, Camila?

CAMILA

¡Bueno es eso!
Esta fuente lo diga, que ha quedado
por un testigo de tu mal proceso.

ALBANIO

Si puede ser mi yerro castigado
con muerte, con deshonra o con tormento,
vesme aquí; estoy a todo aparejado.

CAMILA

Suéltame ya la mano, que el aliento
me falta de congoja.

ALBANIO

He muy gran miedo
que te me irás, que corres más qu’el viento.

CAMILA

No estoy como solía, que no puedo
moverme ya, de mal ejercitada;
suelta, que casi m’has quebrado un dedo.

ALBANIO

¿Estarás, si te suelto, sosegada,
mientras con razón clara te demuestro
que fuiste sin razón de mí enojada?

CAMILA

¡Eres tú de razones gran maestro!
Suelta, que sí estaré.

ALBANIO

Primero jura
por la primera fe del amor nuestro.

CAMILA

Yo juro por la ley sincera y pura
del amistad pasada de sentarme
y de ‘scuchar tus quejas muy segura.
¡Cuál me tienes la mano d’apretarme
con esa dura mano, descreído!

ALBANIO

¡Cuál me tienes el alma de dejarme!

CAMILA

¡Mi prendedero d’oro, si es perdido!
¡Oh cuitada de mí, mi prendedero
desde aquel valle aquí se m’ha caído!

ALBANIO

Mira no se cayese allá primero,
antes d’aquéste, al val de la Hortiga.

CAMILA
Doquier que se perdió, buscalle quiero.

ALBANIO

Yo iré a buscalle; escusa esta fatiga,
que no puedo sufrir que aquesta arena
abrase el blanco pie de mi enemiga.

CAMILA

Pues ya quieres tomar por mí esta pena,
derecho ve primero a aquellas hayas,
que allí estuve yo echada un’ hora buena.

ALBANIO

Yo voy, mas entretanto no te vayas.

CAMILA

Seguro ve, ¡que antes verás mi muerte
que tú me cobres ni a tus manos hayas!

ALBANIO

¡Ah, ninfa desleal!, ¿y desa suerte
se guarda el juramento que me diste?
¡Ah, condición de vida dura y fuerte!
¡Oh falso amor, de nuevo me hiciste
revivir con un poco d’csperanza!
¡Oh modo de matar nojoso y triste!
¡Oh muerte llena de mortal tardanza,
podré por ti llamar injusto el cielo,
injusta su medida y su balanza!
Recibe tú, terreno y duro suelo,
este rebelde cuerpo que detiene
del alma el espedido y presto vuelo;
yo me daré la muerte, y aun si viene
alguno a resistirme... ¿a resistirme?:
¡él verá que a su vida no conviene!
¿No puedo yo morir, no puedo irme
por aquí, por allí, por do quisiere,
desnudo espirtu o carne y hueso firme?

SALICIO

Escucha, que algún mal hacerse quiere.
¡Oh, cierto tiene trastornado el seso!

ALBANIO

¡Aquí tuviese yo quien mal me quiere!
Descargado me siento d’un gran peso;
paréceme que vuelo, despreciando
monte, choza, ganado, leche y queso.
¿No son aquéstos pies? Con ellos ando.
Ya caigo en ello: el cuerpo se m’ha ido;
sólo el espirtu es este que ora mando.
¿Hale hurtado alguno o escondido
mientras mirando estaba yo otra cosa?
¿O si quedó por caso allí dormido?
Una figura de color de rosa
estaba allí dormiendo: ¿si es aquélla
mi cuerpo? No, que aquélla es muy hermosa.

NEMOROSO

¡Gentil cabeza! No daria por ella
yo para mi traer solo un cornado.

ALBANIO

¿A quién iré del hurto a dar querella?

SALICIO

Estraño enjemplo es ver en qué ha parado
este gentil mancebo, Nemoroso,
ya a nosotros, que l’hemos más tratado,
manso, cuerdo, agradable, virtüoso,
sufrido, conversable, buen amigo,
y con un alto ingenio, gran reposo.

ALBANIO

¡Yo podré poco o hallaré testigo
de quién hurtó mi cuerpo! Aunque esté ausente,
yo le perseguiré como a enemigo.
¿Sabrásme decir d’él, mi clara fuente?
Dímelo, si lo sabes: así Febo
nunca tus frescas ondas escaliente.
Allá dentro en el fondo está un mancebo,
de laurel coronado y en la mano
un palo, propio como yo, d’acebo.
¡Hola! ¿quién está ’llá? Responde, hermano.
¡Válasme, Dios!, o tú eres sordo o mudo,
o enemigo mortal del trato humano.
Espirtu soy, de carne ya desnudo,
que busco el cuerpo mío, que m’ha hurtado
algún ladrón malvado, injusto y crudo.
Callar que callarás. ¿Hasme ’scuchado?
¡Oh santo Dios!, mi cuerpo mismo veo,
o yo tengo el sentido trastornado.
¡Oh cuerpo, hete hallado y no lo creo!
¡Tanto sin ti me hallo descontento,
pon fin ya a tu destierro y mi deseo!

NEMOROSO

Sospecho qu’el contino pensamiento
que tuvo de morir antes d’agora
le representa aqueste apartamiento.

SALICIO

Como del que velando siempre llora,
quedan, durmiendo, las especies llenas
del dolor que en el alma triste mora.

ALBANIO

Si no estás en cadenas, sal ya fuera
a darme verdadera forma d’hombre,
que agora solo el nombre m’ha quedado;
y si allá estás forzado en ese suelo,
dímelo, que si al cielo que me oyere
con quejas no moviere y llanto tierno,
convocaré el infierno y reino escuro
y rompiré su muro de diamante,
como hizo el amante blandamente
por la consorte ausente que cantando
estuvo halagando las culebras
de las hermanas negras, mal peinadas.

NEMOROSO

¡De cuán desvarïadas opiniones
saca buenas razones el cuitado!

SALICIO

El curso acostumbrado del ingenio,
aunque le falte el genio que lo mueva,
con la fuga que lleva corre un poco,
y aunque éste está ora loco, no por eso
ha de dar al travieso su sentido,
en todo habiendo sido cual tú sabes.

NEMOROSO

No más, no me le alabes, que por cierto
como de velle muerto estoy llorando.

ALBANIO

Estaba contemplando qué tormento
es deste apartamiento lo que pienso.
No nos aparta imenso mar airado,
no torres de fosado rodeadas,
no montañas cerradas y sin vía,
no ajena compañía dulce y cara:
un poco d’agua clara nos detiene.
Por ella no conviene lo que entramos
con ansia deseamos, porque al punto
que a ti me acerco y junto, no te apartas;
antes nunca te hartas de mirarme
y de sinificarme en tu meneo
que tienes gran deseo de juntarte
con esta media parte. Daca, hermano,
écham’ acá esa mano, y como buenos
amigos a lo menos nos juntemos
y aquí nos abracemos. ¡Ah, burlaste!
¿Así te me ’scapaste? Yo te digo
que no es obra d’amigo hacer eso;
quedo yo, don travieso, remojado,
¿y tú estás enojado? ¡Cuán apriesa
mueves –¿qué cosa es esa?– tu figura!
¿Aun esa desventura me quedaba?
Ya yo me consolaba en ver serena
tu imagen, y tan buena y amorosa;
no hay bien ni alegre cosa ya que dure.

NEMOROSO

A lo menos, que cure tu cabeza.

SALICIO

Salgamos, que ya empieza un furor nuevo,

ALBANIO

¡Oh Dios! ¿por qué no pruebo a echarme dentro
hasta llegar al centro de la fuente?

SALICIO

¿Qué’s esto, Albanio? ¡Tente!

ALBANIO

¡Oh manifesto
ladrón!, mas ¿qué’s aquesto? ¡Es muy bueno
vestiros de lo ajeno y ante’l dueño,
como si fuese un leño sin sentido,
venir muy revestido de mi carne!
¡Yo haré que descarne esa alma osada
aquesta mano airada!

SALICIO

¡Está quedo!
¡Llega tú, que no puedo detenelle!

NEMOROSO

Pues ¿qué quieres hacelle?

SALICIO

¿Yo? Dejalle,
si desenclavijalle yo acabase
la mano, a que escapase mi garganta.

NEMOROSO

No tiene fuerza tanta; solo puedes
hacer tú lo que debes a quien eres.

SALICIO

¡Qué tiempo de placeres y de burlas!
¿Con la vida te burlas, Nemoroso?
¡Ven, ya no ’stés donoso!

NEMOROSO

Luego vengo;
en cuanto me detengo aquí un poco,
veré cómo de un loco te desatas.

SALICIO

¡Ay, paso, que me matas!

ALBANIO

¡Aunque mueras!

NEMOROSO

¡Ya aquello va de veras! ¡Suelta, loco!

ALBANIO

Déjame ’star un poco, que ya acabo.

NEMOROSO

¡Suelta ya!

ALBANIO

¿Qué te hago?

NEMOROSO

¡A mí, no nada!

ALBANIO

Pues vete tu jornada, y no entiendas
en aquestas contiendas.

SALICIO

¡Ah, furioso!
Afierra, Nemoroso, y tenle fuerte.
¡Yo te daré la muerte, don perdido!
Ténmele tú tendido mientras l’ato.
Probemos así un rato a castigalle;
quizá con espantalle habrá algún miedo.

ALBANIO

Señores, si ’stoy quedo, ¿dejarésme?

SALICIO

¡No!

ALBANIO

Pues ¿qué, matarésme?

SALICIO

¡Sí!

ALBANIO

¿Sin falta?
Mira cuánto más alta aquella sierra
está que la otra tierra.

NEMOROSO

Bueno es esto;
él olvidará presto la braveza.

SALICIO

¡Calla, que así s’aveza a tener seso!

ALBANIO

¿Cómo, azotado y preso?

SALICIO

¡Calla, escucha!

ALBANIO

Negra fue aquella lucha que contigo
hice, que tal castigo dan tus manos.
¿No éramos como hermanos de primero?

NEMOROSO

Albanio, compañero, calla agora
y duerme aquí algún hora, y no te muevas.

ALBANIO

¿Sabes algunas nuevas de mí?

SALICIO

¡Loco!

ALBANIO

Paso, que duermo un poco.

SALICIO

¿Duermes cierto?

ALBANIO

¿No me ves como un muerto? Pues ¿qué hago?

SALICIO

Éste te dará el pago, si despiertas,
en esas carnes muertas, te prometo.

NEMOROSO

Algo ’stá más quieto y reposado
que hasta ’quí. ¿Qué dices tú, Salicio?
¿Parécete que puede ser curado?

SALICIO

En procurar cualquiera beneficio
a la vida y salud d’un tal amigo,
haremos el debido y justo oficio.

NEMOROSO

Escucha, pues, un poco lo que digo;
contaréte una ’straña y nueva cosa
de que yo fui la parte y el testigo.
En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.
Levántase al fin della una ladera,
con proporción graciosa en el altura,
que sojuzga la vega y la ribera;
allí está sobrepuesta la espesura
de las hermosas torres, levantadas
al cielo con estraña hermosura,
no tanto por la fábrica estimadas,
aunque ’straña labor allí se vea,
cuanto por sus señores ensalzadas.
Allí se halla lo que se desea:
virtud, linaje, haber y todo cuanto
bien de natura o de fortuna sea.
Un hombre mora allí de ingenio tanto
que toda la ribera adonde él vino
nunca se harta d’escuchar su canto.
Nacido fue en el campo placentino,
que con estrago y destrución romana
en el antiguo tiempo fue sanguino,
y en éste con la propia la inhumana
furia infernal, por otro nombre guerra,
le tiñe, le rüina y le profana;
él, viendo aquesto, abandonó su tierra,
por ser más del reposo compañero
que de la patria, que el furor atierra.
Llevóle a aquella parte el buen agüero
d’aquella tierra d’Alba tan nombrada,
que éste’s el nombre della, y d’él Severo.
A aquéste Febo no le´scondió nada,
antes de piedras, hierbas y animales
diz que le fue noticia entera dada.
Éste, cuando le place, a los caudales
ríos el curso presuroso enfrena
con fuerza de palabras y señales;
la negra tempestad en muy serena
y clara luz convierte, y aquel día,
si quiere revolvelle, el mundo atruena;
la luna d’allá arriba bajaría
si al son de las palabras no impidiese
el son del carro que la mueve y guía.
Temo que si decirte presumiese
de su saber la fuerza con loores,
que en lugar d’alaballe l’ofendiese.
Mas no te callaré que los amores
con un tan eficaz remedio cura
cual se conviene a tristes amadores;
en un punto remueve la tristura,
convierte’n odio aquel amor insano,
y restituye’l alma a su natura.
No te sabré dicir, Salicio hermano,
la orden de mi cura y la manera,
mas sé que me partí d’él libre y sano.
Acuérdaseme bien que en la ribera
de Tormes le hallé solo, cantando
tan dulce que una piedra enterneciera.
Como cerca me vido, adevinando
la causa y la razón de mi venida,
suspenso un rato ’stuvo así callando,
y luego con voz clara y espedida
soltó la rienda al verso numeroso
en alabanzas de la libre vida.
Yo estaba embebecido y vergonzoso,
atento al son y viéndome del todo
fuera de libertad y de reposo.
No sé decir sino que’n fin de modo
aplicó a mi dolor la medicina
qu’el mal desarraigó de todo en todo.
Quedé yo entonces como quien camina
de noche por caminos enriscados,
sin ver dónde la senda o paso inclina;
mas, venida la luz y contemplados,
del peligro pasado nace un miedo
que deja los cabellos erizados:
así estaba mirando, atento y quedo,
aquel peligro yo que atrás dejaba,
que nunca sin temor pensallo puedo.
Tras esto luego se me presentaba,
sin antojos delante, la vileza
de lo que antes ardiendo deseaba.
Así curó mi mal, con tal destreza,
el sabio viejo, como t’he contado,
que volvió el alma a su naturaleza
y soltó el corazón aherrojado.

SALICIO

¡Oh gran saber, oh viejo frutüoso,
qu’el perdido reposo al alma vuelve,
y lo que la revuelve y lleva a tierra
del corazón destierra encontinente!
Con esto solamente que contaste,
así le reputaste acá comigo
que sin otro testigo a desealle
ver presente y hablalle me levantas.

NEMOROSO

¿Desto poco te ’spantas tú, Salicio?
De más te daré indicio manifesto,
si no te soy molesto y enojoso.

SALICIO

¿Qué’s esto, Nemoroso, y qué cosa
puede ser tan sabrosa en otra parte
a mi como escucharte? No la siento,
cuanto más este cuento de Severo;
dímelo por entero, por tu vida,
pues no hay quien nos impida ni embarace.
Nuestro ganado pace, el viento espira,
Filomena sospira en dulce canto
y en amoroso llanto s’amancilla;
gime la tortolilla sobre’l olmo,
preséntanos a colmo el prado flores
y esmalta en mil colores su verdura;
la fuente clara y pura, murmurando,
nos está convidando a dulce trato.

NEMOROSO

¿Escucha, pues, un rato, y diré cosas
estrañas y espantosas poco a poco.
Ninfas, a vos invoco; verdes faunos,
sátiros y silvanos, soltá todos
mi lengua en dulces modos y sotiles,
que ni los pastoriles ni el avena
ni la zampoña suena como quiero.
Este nuestro Severo pudo tanto
con el süave canto y dulce lira
que, revueltos en ira y torbellino,
en medio del camino se pararon
los vientos y escucharon muy atentos
la voz y los acentos, muy bastantes
a que los repugnantes y contrarios
hiciesen voluntarios y conformes.
A aquéste el viejo Tormes, como a hijo,
le metió al escondrijo de su fuente,
de do va su corriente comenzada;
mostróle una labrada y cristalina
urna donde él reclina el diestro lado,
y en ella vio entallado y esculpido
lo que, antes d’haber sido, el sacro viejo
por devino consejo puso en arte,
labrando a cada parte las estrañas
virtudes y hazañas de los hombres
que con sus claros nombres ilustraron
cuanto señorearon de aquel río.
Estaba con un brío desdeñoso,
con pecho corajoso, aquel valiente
que contra un rey potente y de gran seso,
qu’el viejo padre preso le tenía,
cruda guerra movía despertando
su ilustre y claro bando al ejercicio
d’aquel piadoso oficio. A aquéste junto
la gran labor al punto señalaba
al hijo que mostraba acá en la tierra
ser otro Marte en guerra, en corte Febo;
mostrábase mancebo en las señales
del rostro, qu’eran tales que ’speranza
y cierta confianza claro daban,
a cuantos le miraban, qu’él sería
en quien se informaría un ser divino.
Al campo sarracino en tiernos años
daba con graves daños a sentillo,
que como fue caudillo del cristiano,
ejercitó la mano y el maduro
seso y aquel seguro y firme pecho.
En otra parte, hecho ya más hombre,
con más ilustre nombre, los arneses
de los fieros franceses abollaba.
Junto, tras esto, estaba figurado
con el arnés manchado de otra sangre,
sosteniendo la hambre en el asedio,
siendo él solo el remedio del combate,
que con fiero rebate y con rüido
por el muro batido l’ofrecían;
tantos al fin morían por su espada,
a tantos la jornada puso espanto,
que no hay labor que tanto notifique
cuanto el fiero Fadrique de Toledo
puso terror y miedo al enemigo.
Tras aqueste que digo se veía
el hijo don García, qu’en el mundo
sin par y sin segundo solo fuera
si hijo no tuviera. ¿Quién mirara
de su hermosa cara el rayo ardiente,
quién su replandeciente y clara vista,
que no diera por lista su grandeza?
Estaban de crüeza fiera armadas
las tres inicuas hadas, cruda guerra
haciendo allí a la tierra con quitalle
éste, qu’en alcanzalle fue dichosa.
¡Oh patria lagrimosa, y cómo vuelves
los ojos a los Gelves, sospirando!
Él está ejercitando el duro oficio,
y con tal arteficio la pintura
mostraba su figura que dijeras,
si pintado lo vieras, que hablaba.
El arena quemaba, el sol ardía,
la gente se caía medio muerta;
él solo con despierta vigilancia
dañaba la tardanza floja, inerte,
y alababa la muerte glorïosa.
Luego la polvorosa muchedumbre,
gritando a su costumbre, le cercaba;
mas el que se llegaba al fiero mozo
llevaba, con destrozo y con tormento,
del loco atrevimiento el justo pago.
Unos en bruto lago de su sangre,
cortado ya el estambre de la vida,
la cabeza partida revolcaban;
otros claro mostraban, espirando,
de fuera palpitando las entrañas,
por las fieras y estrañas cuchilladas
d’aquella mano dadas. Mas el hado
acerbo, triste, airado fue venido,
y al fin él, confundido d’alboroto,
atravesado y roto de mil hierros,
pidiendo de sus yerros venia al cielo,
puso en el duro suelo la hermosa
cara, como la rosa matutina,
cuando ya el sol declina al mediodía,
que pierde su alegría y marchitando
va la color mudando; o en el campo
cual queda el lirio blanco qu’el arado
crudamente cortado al pasar deja,
del cual aun no s’aleja presuroso
aquel color hermoso o se destierra,
mas ya la madre tierra descuidada
no le administra nada de su aliento,
que era el sustentamiento y vigor suyo:
tal está el rostro tuyo en el arena,
fresca rosa, azucena blanca y pura.
Tras ésta una pintura estraña tira
los ojos de quien mira y los detiene
tanto que no conviene mirar cosa
estraña ni hermosa sino aquélla.
De vestidura bella allí vestidas
las gracias esculpidas se veían;
solamente traían un delgado
velo qu’el delicado cuerpo viste,
mas tal que no resiste a nuestra vista.
Su diligencia en vista demostraban;
todas tres ayudaban en una hora
una muy gran señora que paría.
Un infante se vía ya nacido
tal cual jamás salido d’otro parto
del primer siglo al cuarto vio la luna;
en la pequeña cuna se leía
un nombre que decía "don Fernando".
Bajaban, d’él hablando, de dos cumbres
aquellas nueve lumbres de la vida
con ligera corrida, y con ellas,
cual luna con estrellas, el mancebo
intonso y rubio, Febo; y en llegando,
por orden abrazando todas fueron
al niño, que tuvieron luengamente.
Visto como presente, d’otra parte
Mercurio estaba y Marte, cauto y fiero,
viendo el gran caballero que encogido
en el recién nacido cuerpo estaba.
Entonces lugar daba mesurado
a Venus, que a su lado estaba puesta;
ella con mano presta y abundante
néctar sobre’l infante desparcía,
mas Febo la desvía d’aquel tierno
niño y daba el gobierno a sus hermanas;
del cargo están ufanas todas nueve.
El tiempo el paso mueve; el niño crece
y en tierna edad florece y se levanta
como felice planta en buen terreno.
Ya sin precepto ajeno él daba tales
de su ingenio señales que ’spantaban
a los que le crïaban; luego estaba
cómo una l’entregaba a un gran maestro
que con ingenio diestro y vida honesta
hiciese manifiesta al mundo y clara
aquel ánima rara que allí vía.
Al niño recebía con respeto
un viejo en cuyo aspeto se via junto
severidad a un punto con dulzura.
Quedó desta figura como helado
Severo y espantado, viendo el viejo
que, como si en espejo se mirara,
en cuerpo, edad y cara eran conformes.
En esto, el rostro a Tormes revolviendo,
vio que ’staba rïendo de su ’spanto.
"¿De qué t’espantas tanto?", dijo el río.
"¿No basta el saber mío a que primero
que naciese Severo, yo supiese
que habia de ser quien diese la doctrina
al ánima divina deste mozo?"
Él, lleno d’alborozo y d’alegría,
sus ojos mantenía de pintura.
Miraba otra figura d’un mancebo,
el cual venia con Febo mano a mano,
al modo cortesano; en su manera
juzgáralo cualquiera, viendo el gesto
lleno d’un sabio, honesto y dulce afeto,
por un hombre perfeto en l’alta parte
de la difícil arte cortesana,
maestra de la humana y dulce vida.
Luego fue conocida de Severo
la imagen por entero fácilmente
deste que allí presente era pintado:
vio qu’era el que habia dado a don Fernando
su ánimo formando en luenga usanza,
el trato, la crïanza y gentileza,
la dulzura y llaneza acomodada,
la virtud apartada y generosa,
y en fin cualquiera cosa que se vía
en la cortesanía de que lleno
Fernando tuvo el seno y bastecido.
Después de conocido, leyó el nombre
Severo de aqueste hombre, que se llama
Boscán, de cuya llama clara y pura
sale’l fuego que apura sus escritos,
que en siglos infinitos ternán vida.
De algo más crecida edad miraba
al niño, que ’scuchaba sus consejos.
Luego los aparejos ya de Marte,
estotro puesto aparte, le traía;
así les convenía a todos ellos
que no pudiera dellos dar noticia
a otro la milicia en muchos años.
Obraba los engaños de la lucha;
la maña y fuerza mucha y ejercicio
con el robusto oficio está mezclando.
Allí con rostro blando y amoroso
Venus aquel hermoso mozo mira,
y luego le retira por un rato
d’aquel áspero trato y son de hierro;
mostrábale ser yerro y ser mal hecho
armar contino el pecho de dureza,
no dando a la terneza alguna puerta.
Con él en una huerta entrada siendo,
una ninfa dormiendo le mostraba;
el mozo la miraba y juntamente,
de súpito acidente acometido,
estaba embebecido, y a la diosa
que a la ninfa hermosa s’allegase
mostraba que rogase, y parecía
que la diosa temía de llegarse.
Él no podía hartarse de miralla,
de eternamente amalla proponiendo.
Luego venia corriendo Marte airado,
mostrándose alterado en la persona,
y daba una corona a don Fernando.
Y estábale mostrando un caballero
que con semblante fiero amenazaba
al mozo que quitaba el nombre a todos.
Con atentados modos se movía
contra el que l’atendía en una puente;
mostraba claramente la pintura
que acaso noche ’scura entonces era.
De la batalla fiera era testigo
Marte, que al enemigo condenaba
y al mozo coronaba en el fin d’ella;
el cual, como la estrella relumbrante
que’l sol envia delante, resplandece.
D’allí su nombre crece, y se derrama
su valerosa fama a todas partes.
Luego con nuevas artes se convierte
a hurtar a la muerte y a su abismo
gran parte de sí mismo y quedar vivo
cuando el vulgo cativo le llorare
y, muerto, le llamare con deseo.
Estaba el Himeneo allí pintado,
el diestro pie calzado en lazos d’oro;
de vírgines un coro está cantando,
partidas altercando y respondiendo,
y en un lecho poniendo una doncella
que, quien atento aquélla bien mirase
y bien la cotejase en su sentido
con la qu’el mozo vido allá en la huerta,
verá que la despierta y la dormida
por una es conocida de presente.
Mostraba juntamente ser señora
digna y merecedora de tal hombre;
el almohada el nombre contenía,
el cual doña María Enríquez era.
Apenas tienen fuera a don Fernando,
ardiendo y deseando estar ya echado;
al fin era dejado con su esposa
dulce, pura, hermosa, sabia, honesta.
En un pie estaba puesta la fortuna,
nunca estable ni una, que llamaba
a Fernando, que ’staba en vida ociosa,
porque en dificultosa y ardua vía
quisiera ser su guía y ser primera;
mas él por compañera tomó aquella,
siguiendo a la qu’es bella descubierta
y juzgada, cubierta, por disforme.
El nombre era conforme a aquesta fama:
virtud ésta se llama, al mundo rara.
¿Quién tras ella guïara igual en curso
sino éste, qu’el discurso de su lumbre
forzaba la costumbre de sus años,
no recibiendo engaños sus deseos?
Los montes Pireneos, que se ’stima
de abajo que la cima está en el cielo
y desde arriba el suelo en el infierno,
en medio del invierno atravesaba.
La nieve blanqueaba, y las corrientes
por debajo de puentes cristalinas
y por heladas minas van calladas;
el aire las cargadas ramas mueve,
qu’el peso de la nieve las desgaja.
Por aquí se trabaja el duque osado,
del tiempo contrastado y de la vía,
con clara compañía de ir delante;
el trabajo constante y tan loable
por la Francia mudable en fin le lleva.
La fama en él renueva la presteza,
la cual con ligereza iba volando
y con el gran Fernando se paraba
y le sinificaba en modo y gesto
qu’el caminar muy presto convenía.
De todos escogía el duque uno,
y entramos de consuno cabalgaban;
los caballos mudaban fatigados,
mas a la fin llegados a los muros
del gran París seguros, la dolencia
con su débil presencia y amarilla
bajaba de la silla al duque sano
y con pesada mano le tocaba.
Él luego comenzaba a demudarse
y amarillo pararse y a dolerse.
Luego pudiera verse de travieso
venir por un espeso bosque ameno,
de buenas hierbas lleno y medicina,
Esculapio, y camina no parando
hasta donde Fernando estaba en lecho;
entró con pie derecho, y parecía
que le restituía en tanta fuerza
que a proseguir se ’sfuerza su vïaje,
que le llevó al pasaje del gran Reno.
Tomábale en su seno el caudaloso
y claro rio, gozoso de tal gloria,
trayendo a la memoria cuando vino
el vencedor latino al mismo paso.
No se mostraba escaso de sus ondas;
antes, con aguas hondas que engendraba,
los bajos igualaba, y al liviano
barco daba de mano, el cual, volando,
atrás iba dejando muros, torres.
Con tanta priesa corres, navecilla,
que llegas do amancilla una doncella,
y once mil más con ella, y mancha el suelo
de sangre que en el cielo está esmaltada.
Úrsula, desposada y virgen pura,
mostraba su figura en una pieza
pintada; su cabeza allí se vía
que los ojos volvía ya espirando.
Y estábate mirando aquel tirano
que con acerba mano llevó a hecho,
de tierno en tierno pecho, tu compaña.
Por la fiera Alemaña d’aquí parte
el duque, a aquella parte enderezado
donde el cristiano estado estaba en dubio.
En fin al gran Danubio s’encomienda;
por él suelta la rienda a su navío,
que con poco desvío de la tierra
entre una y otra sierra el agua hiende.
El remo que deciende en fuerza suma
mueve la blanca espuma como argento;
el veloz movimiento parecía
que pintado se vía ante los ojos.
Con amorosos ojos, adelante,
Carlo, César triunfante, le abrazaba
cuando desembarcaba en Ratisbona.
Allí por la corona del imperio
estaba el magisterio de la tierra
convocado a la guerra que ’speraban;
todos ellos estaban enclavando
los ojos en Fernando, y en el punto
que a sí le vieron junto, se prometen
de cuanto allí acometen la vitoria.
Con falsa y vana gloria y arrogancia,
con bárbara jactancia allí se vía
a los fines de Hungría el campo puesto
d ‘aquel que fue molesto en tanto grado
al húngaro cuitado y afligido;
las armas y el vestido a su costumbre,
era la muchidumbre tan estraña
que apenas la campaña la abarcaba
ni a dar pasto bastaba, ni agua el río.
César con celo pío y con valiente
ánimo aquella gente despreciaba;
la suya convocaba, y en un punto
vieras un campo junto de naciones
diversas y razones, mas d’un celo.
No ocupaban el suelo en tanto grado,
con número sobrado y infinito,
como el campo maldito, mas mostraban
virtud con que sobraban su contrario,
ánimo voluntario, industria y maña.
Con generosa saña y viva fuerza
Fernando los esfuerza y los recoge
y a sueldo suyo coge muchos dellos.
D’un arte usaba entr’ellos admirable:
con el diciplinable alemán fiero
a su manera y fuero conversaba;
a todos s’aplicaba de manera
qu’el flamenco dijera que nacido
en Flandes habia sido, y el osado
español y sobrado, imaginando
ser suyo don Fernando y de su suelo,
demanda sin recelo la batalla.
Quien más cerca se halla del gran hombre
piensa que crece el nombre por su mano.
El cauto italiano nota y mira,
los ojos nunca tira del guerrero,
y aquel valor primero de su gente
junto en éste y presente considera;
en él ve la manera misma y maña
del que pasó en España sin tardanza,
siendo solo esperanza de su tierra,
y acabó aquella guerra peligrosa
con mano poderosa y con estrago
de la fiera Cartago y de su muro,
y del terrible y duro su caudillo,
cuyo agudo cuchillo a las gargantas
Italia tuvo tantas veces puesto.
Mostrábase tras esto allí esculpida
la envidia carcomida, a sí molesta,
contra Fernando puesta frente a frente;
la desvalida gente convocaba
y contra aquél la armaba y con sus artes
busca por todas partes daño y mengua.
Él, con su mansa lengua y largas manos
los tumultos livianos asentando,
poco a poco iba alzando tanto el vuelo
que la envidia en el cielo le miraba,
y como no bastaba a la conquista,
vencida ya su vista de tal lumbre,
forzaba su costumbre y parecía
que perdón le pedía, en tierra echada;
él, después de pisada, descansado
quedaba y aliviado deste enojo
y lleno del despojo desta fiera.
Hallaba en la ribera del gran río,
de noche al puro frío del sereno,
a César, qu’en su seno está pensoso
del suceso dudoso desta guerra;
que aunque de sí destierra la tristeza
del caso, la grandeza trae consigo
el pensamiento amigo del remedio.
Entramos buscan medio convenible
para que aquel terrible furor loco
les empeciese poco y recibiese
tal estrago que fuese destrozado.
Después de haber hablado, ya cansados,
en la hierba acostados se dormían;
el gran Danubio oían ir sonando,
casi como aprobando aquel consejo.
En esto el claro viejo rio se vía
que del agua salía muy callado,
de sauces coronado y d’un vestido,
de las ovas tejido, mal cubierto;
y en aquel sueño incierto les mostraba
todo cuanto tocaba al gran negocio,
y parecia qu’el ocio sin provecho
les sacaba del pecho, porque luego,
como si en vivo fuego se quemara
alguna cosa cara, se levantan
del gran sueño y s’espantan, alegrando
el ánimo y alzando la esperanza.
El río sin tardanza parecía
qu’el agua disponía al gran viaje;
allanaba el pasaje y la corriente
para que fácilmente aquella armada,
que habia de ser guïada por su mano,
en el remar liviano y dulce viese
cuánto el Danubio fuese favorable.
Con presteza admirable vieras junto
un ejército a punto denodado;
y después d’embarcado, el remo lento,
el duro movimiento de los brazos,
los pocos embarazos de las ondas
llevaban por las hondas aguas presta
el armada molesta al gran tirano.
El arteficio humano no hiciera
pintura que esprimiera vivamente
el armada, la gente, el curso, el agua;
y apenas en la fragua donde sudan
los cíclopes y mudan fatigados
los brazos, ya cansados del martillo,
pudiera así exprimillo el gran maestro.
Quien viera el curso diestro por la clara
corriente bien jurara a aquellas horas
que las agudas proras dividían
el agua y la hendían con sonido,
y el rastro iba seguido; luego vieras
al viento las banderas tremolando,
las ondas imitando en el moverse.
Pudiera también verse casi viva
la otra gente esquiva y descreída,
que d’ensoberbecida y arrogante
pensaban que delante no hallaran
hombres que se pararan a su furia.
Los nuestros, tal injuria no sufriendo,
remos iban metiendo con tal gana
que iba d’espuma cana el agua llena.
El temor enajena al otro bando
el sentido, volando de uno en uno;
entrábase importuno por la puerta
de la opinión incierta, y siendo dentro
en el íntimo centro allá del pecho,
les dejaba deshecho un hielo frío,
el cual como un gran río en flujos gruesos
por medulas y huesos discurría.
Todo el campo se vía conturbado,
y con arrebatado movimiento
sólo del salvamiento platicaban.
Luego se levantaban con desorden;
confusos y sin orden caminando,
atrás iban dejando, con recelo,
tendida por el suelo, su riqueza.
Las tiendas do pereza y do fornicio
con todo bruto vicio obrar solían,
sin ellas se partían; así armadas,
eran desamparadas de sus dueños.
A grandes y pequeños juntamente
era el temor presente por testigo,
y el áspero enemigo a las espaldas,
que les iba las faldas ya mordiendo.
César estar teniendo allí se vía
a Fernando, que ardía sin tardanza
por colorar su lanza en turca sangre.
Con animosa hambre y con denuedo
forceja con quien quedo estar le manda,
como lebrel de Irlanda generoso
qu’el jabalí cerdoso y fiero mira;
rebátese, sospira, fuerza y riñe,
y apenas le costriñe el atadura
qu’el dueño con cordura más aprieta:
así estaba perfeta y bien labrada
la imagen figurada de Fernando
que quien allí mirando lo estuviera,
que era desta manera lo juzgara.
Resplandeciente y clara, de su gloria
pintada, la Vitoria se mostraba;
a César abrazaba, y no parando,
los brazos a Fernando echaba al cuello.
Él mostraba d’aquello sentimiento,
por ser el vencimiento tan holgado.
Estaba figurado un carro estraño
con el despojo y daño de la gente
bárbara, y juntamente allí pintados
cativos amarrados a las ruedas,
con hábitos y sedas varïadas;
lanzas rotas, celadas y banderas,
armaduras ligeras de los brazos,
escudos en pedazos divididos
vieras allí cogidos en trofeo,
con qu’el común deseo y voluntades
de tierras y ciudades se alegraba.
Tras esto blanqueaba falda y seno
con velas, al Tirreno, del armada
sublime y ensalzada y glorïosa.
Con la prora espumosa las galeras,
como nadantes fieras, el mar cortan
hasta que en fin aportan con corona
de lauro a Barcelona; do cumplidos
los votos ofrecidos y deseos,
y los grandes trofeos ya repuestos,
con movimientos prestos d’allí luego,
en amoroso fuego todo ardiendo,
el duque iba corriendo y no paraba.
Cataluña pasaba, atrás la deja;
ya d’Aragón s’aleja, y en Castilla
sin bajar de la silla los pies pone.
El corazón dispone al alegría
que vecina tenía, y reserena
su rostro y enajena de sus ojos
muerte, daños, enojos, sangre y guerra;
con solo amor s’encierra sin respeto,
y el amoroso afeto y celo ardiente
figurado y presente está en la cara.
Y la consorte cara, presurosa,
de un tal placer dudosa, aunque lo vía,
el cuello le ceñía en nudo estrecho
de aquellos brazos hecho delicados;
de lágrimas preñados, relumbraban
los ojos que sobraban al sol claro.
Con su Fernando caro y señor pío
la tierra, el campo, el río, el monte, el llano
alegres a una mano estaban todos,
mas con diversos modos lo decían:
los muros parecían d’otra altura,
el campo en hermosura d’otras flores
pintaba mil colores desconformes;
estaba el mismo Tormes figurado,
en torno rodeado de sus ninfas,
vertiendo claras linfas con instancia,
en mayor abundancia que solía;
del monte se veía el verde seno
de ciervos todo lleno, corzos, gamos,
que de los tiernos ramos van rumiando;
el llano está mostrando su verdura,
tendiendo su llanura así espaciosa
que a la vista curiosa nada empece
ni deja en qué tropiece el ojo vago.
Bañados en un lago, no d’olvido,
mas de un embebecido gozo, estaban
cuantos consideraban la presencia
d’éste cuya ecelencia el mundo canta,
cuyo valor quebranta al turco fiero.
Aquesto vio Severo por sus ojos,
y no fueron antojos ni ficiones;
si oyeras sus razones, yo te digo
que como a buen testigo le creyeras.
Contaba muy de veras que mirando
atento y contemplando las pinturas,
hallaba en las figuras tal destreza
que con mayor viveza no pudieran
estar si ser les dieran vivo y puro.
Lo que dellas escuro allí hallaba
y el ojo no bastaba a recogello,
el río le daba dello gran noticia.
"Éste de la milicia", dijo el río,
"la cumbre y señorío terná solo
del uno al otro polo; y porque ’spantes
a todos cuando cantes los famosos
hechos tan glorïosos, tan ilustres,
sabe qu’en cinco lustres de sus años
hará tantos engaños a la muerte
que con ánimo fuerte habrá pasado
por cuanto aquí pintado dél has visto.
Ya todo lo has previsto; vamos fuera;
dejarte he en la ribera do ’star sueles".
"Quiero que me reveles tú primero",
le replicó Severo, "qué’s aquello
que de mirar en ello se me ofusca
la vista, así corrusca y resplandece,
y tan claro parece allí en la urna
como en hora noturna la cometa".
"Amigo, no se meta", dijo el viejo,
"ninguno, le aconsejo, en este suelo
en saber más qu’el cielo le otorgare;
y si no te mostrare lo que pides,
tú mismo me lo impides, porque en tanto
qu’el mortal velo y manto el alma cubren,
mil cosas se t’encubren, que no bastan
tus ojos que contrastan a mirallas.
No pude yo pintallas con menores
luces y resplandores, porque sabe,
y aquesto en ti bien cabe, que esto todo
qu’en ecesivo modo resplandece,
tanto que no parece ni se muestra,
es lo que aquella diestra mano osada
y virtud sublimada de Fernando
acabarán entrando más los días,
lo cual con lo que vías comparado
es como con nublado muy escuro
el sol ardiente, puro y relumbrante.
Tu vista no es bastante a tanta lumbre
hasta que la costumbre de miralla
tu ver al contemplalla no confunda;
como en cárcel profunda el encerrado
que súpito sacado le atormenta
el sol que se presenta a sus tinieblas,
así tú, que las nieblas y hondura
metido en estrechura contemplabas,
que era cuando mirabas otra gente,
viendo tan diferente suerte d’hombre,
no es mucho que t’asombre luz tamaña.
Pero vete, que baña el sol hermoso
su carro presuroso ya en las ondas,
y antes que me respondas, será puesto".
Diciendo así, con gesto muy humano
tomóle por la mano. ¡Oh admirable
caso y cierto espantable!, qu’en saliendo
se fueron estriñendo d’una parte
y d’otra de tal arte aquellas ondas
que las aguas, que hondas ser solían,
el suelo descubrían y dejaban
seca por do pasaban la carrera
hasta qu’en la ribera se hallaron;
y como se pararon en un alto,
el viejo d’allí un salto dio con brío
y levantó del río espuma’l cielo
y comovió del suelo negra arena.
Severo, ya de ajena ciencia instruto,
fuese a coger el fruto sin tardanza
de futura ’speranza, y escribiendo,
las cosas fue exprimiendo muy conformes
a las que había de Tormes aprendido;
y aunque de mi sentido él bien juzgase
que no las alcanzase, no por eso
este largo proceso, sin pereza,
dejó por su nobleza de mostrarme.
Yo no podia hartarme allí leyendo,
y tú d’estarme oyendo estás cansado.

SALICIO

Espantado me tienes
con tan estraño cuento,
y al son de tu hablar embebecido.
Acá dentro me siento,
oyendo tantos bienes
y el valor deste príncipe escogido,
bullir con el sentido
y arder con el deseo
por contemplar presente
aquel que, ’stando ausente,
por tu divina relación ya veo.
¡Quién viese la escritura,
ya que no puede verse la pintura!

Por firme y verdadero,
después que t’he escuchado,
tengo que ha de sanar Albanio cierto,
que según me has contado,
bastara tu Severo
a dar salud a un vivo y vida a un muerto;
que a quien fue descubierto
un tamaño secreto,
razón es que se crea
que cualquiera que sea
alcanzará con su saber perfeto,
y a las enfermedades
aplicará contrarias calidades.

NEMOROSO

Pues ¿en qué te resumes, di, Salicio,
acerca deste enfermo compañero?

SALICIO

En que hagamos el debido oficio:
luego de aquí partamos, y primero
que haga curso el mal y s’envejezca,
así le presentemos a Severo.

NEMOROSO

Yo soy contento, y antes que amanezca
y que del sol el claro rayo ardiente
sobre las altas cumbres se parezca,
el compañero mísero y doliente
llevemos luego donde cierto entiendo
que será guarecido fácilmente.

SALICIO

Recoge tu ganado, que cayendo
ya de los altos montes las mayores
sombras con ligereza van corriendo;
mira en torno, y verás por los alcores
salir el humo de las caserías
de aquestos comarcanos labradores.
Recoge tus ovejas y las mías,
y vete tú con ellas poco a poco
por aquel mismo valle que solías;
yo solo me averné con nuestro loco,
que pues él hasta aquí no se ha movido,
la braveza y furor debe ser poco.

NEMOROSO

Si llegas antes, no te ’stés dormido;
apareja la cena, que sospecho
que aun fuego Galafrón no habrá encendido.

SALICIO

Yo lo haré, que al hato iré derecho,
si no me lleva a despeñar consigo
d’algún barranco Albanio, a mi despecho.
Adiós, hermano.

NEMOROSO

Adiós, Salicio amigo.


rosa

Égloga III

Personas: TIRRENO, ALCINO

1.

Aquella voluntad honesta y pura,
ilustre y hermosísima María,
que’n mí de celebrar tu hermosura,
tu ingenio y tu valor estar solía,
a despecho y pesar de la ventura
que por otro camino me desvía,
está y estará tanto en mí clavada
cuanto del cuerpo el alma acompañada.

2.

Y aun no se me figura que me toca
aqueste oficio solamente en vida,
mas con la lengua muerta y fria en la boca
pienso mover la voz a ti debida;
libre mi alma de su estrecha roca,
por el Estigio lago conducida,
celebrándo t’irá, y aquel sonido
hará parar las aguas del olvido.

3.

Mas la fortuna, de mi mal no harta,
me aflige y d’un trabajo en otro lleva;
ya de la patria, ya del bien me aparta,
ya mi paciencia en mil maneras prueba,
y lo que siento más es que la carta
donde mi pluma en tu alabanza mueva
poniendo en su lugar cuidados vanos,
me quita y m’arrebata de las manos.

4.

Pero, por más que en mí su fuerza pruebe,
no tornará mi corazón mudable;
nunca dirán jamás que me remueve
fortuna d’un estudio tan loable;
Apolo y las hermanas todas nueve,
me darán ocio y lengua con que hable
lo menos de lo que’n tu ser cupiere,
qu’esto será lo más que yo pudiere.

5.

En tanto, no te ofenda ni te harte
tratar del campo y soledad que amaste,
ni desdenes aquesta inculta parte
de mi estilo, qu’en algo ya estimaste;
entre las armas del sangriento Marte,
do apenas hay quien su furor contraste,
hurté de tiempo aquesta breve suma,
tomando ora la espada, ora la pluma.

6.

Aplica, pues, un rato los sentidos
al bajo son de mi zampoña ruda,
indigna de llegar a tus oídos,
pues d’ornamento y gracia va desnuda;
mas a las veces son mejor oídos
el puro ingenio y lengua casi muda,
testigos limpios d’ánimo inocente,
que la curiosidad del elocuente.

7.

Por aquesta razón de ti escuchado,
aunque me falten otras, ser merezco;
Lo que puedo te doy, y lo que he dado,
con recebillo tú, yo m’enriquezco.
De cuatro ninfas que del Tajo amado
salieron juntas, a cantar me ofrezco:
Filódoce, Dinámene y Climene,
Nise, que en hermosura par no tiene.

8.

Cerca del Tajo, en soledad amena,
de verdes sauces hay una espesura,
toda de hiedra revestida y llena
que por el tronco va hasta el altura
y así la teje arriba y encadena
que’l sol no halla paso a la verdura;
el agua baña el prado con sonido,
alegrando la hierba y el oído.

9.

Con tanta mansedumbre el cristalino
Tajo en aquella parte caminaba
que pudieran los ojos el camino
determinar apenas que llevaba.
Peinando sus cabellos d’oro fino,
una ninfa del agua do moraba
la cabeza sacó, y el prado ameno
vido de flores y de sombra lleno.

10.

Movióla el sitio umbroso, el manso viento,
el suave olor d’aquel florido suelo;
las aves en el fresco apartamiento
vio descansar del trabajoso vuelo;
secaba entonces el terreno aliento
el sol, subido en la mitad del cielo;
en el silencio solo se ’scuchaba
un susurro de abejas que sonaba.

11.

Habiendo contemplado una gran pieza
atentamente aquel lugar sombrío,
somorgujó de nuevo su cabeza
y al fondo se dejó calar del río;
a sus hermanas a contar empieza
del verde sitio el agradable frío,
y que vayan, les ruega y amonesta,
allí con su labor a estar la siesta.

12.

No perdió en esto mucho tiempo el ruego,
que las tres d’ellas su labor tomaron
y en mirando defuera, vieron luego
el prado, hacia el cual enderezaron;
el agua clara con lascivo juego
nadando dividieron y cortaron,
hasta que’l blanco pie tocó mojado,
saliendo del arena, el verde prado.

13.

Poniendo ya en lo enjuto las pisadas,
escurriendo del agua sus cabellos,
los cuales esparciendo cubijadas
las hermosas espaldas fueron dellos,
luego sacando telas delicadas
que’n delgadeza competian con ellos,
en lo más escondido se metieron
y a su labor atentas se pusieron.

14.

Las telas eran hechas y tejidas
del oro que’l felice Tajo envía,
apurado después de bien cernidas
las menudas arenas do se cría,
y de las verdes ovas, reducidas
en estambre sotil, cual convenía
para seguir el delicado estilo
del oro ya tirado en rico hilo.

15.

La delicada estambre era distinta
de las colores que antes le habian dado
con la fineza de la varia tinta
que se halla en las conchas del pescado;
tanto arteficio muestra en lo que pinta
y teje cada ninfa en su labrado
cuanto mostraron en sus tablas antes
el celebrado Apeles y Timantes.

16.

Filódoce, que así d’aquéllas era
llamada la mayor, con diestra mano
tenía figurada la ribera
de Estrimón, de una parte el verde llano
y d’otra el monte d’aspereza fiera,
pisado tarde o nunca de pie humano,
donde el amor movió con tanta gracia
la dolorosa lengua del de Tracia.

17.

Estaba figurada la hermosa
Eurídice, en el blanco pie mordida
de la pequeña sierpe ponzoñosa,
entre la hierba y flores escondida;
descolorida estaba como rosa
que ha sido fuera de sazón cogida,
y el ánima, los ojos ya volviendo,
de su hermosa carne despidiendo.

18.

Figurado se vía estensamente
el osado marido, que bajaba
al triste reino de la escura gente
y la mujer perdida recobraba;
y cómo, después desto, él impaciente
por mirarla de nuevo, la tornaba
a perder otra vez, y del tirano
se queja al monte solitario en vano.

19.

Dinámene no menos artificio
mostraba en la labor que habia tejido,
pintando a Apolo en el robusto oficio
de la silvestre caza embebecido.
Mudar presto le hace el ejercicio
la vengativa mano de Cupido,
que hizo a Apolo consumirse en lloro
después que le enclavó con punta d’oro.

20.

Dafne, con el cabello suelto al viento,
sin perdonar al blanco pie corría
por áspero camino tan sin tiento
que Apolo en la pintura parecía
que, porqu’ella templase el movimiento,
con menos ligereza la seguía;
él va siguiendo, y ella huye como
quien siente al pecho el odïoso plomo.

21.

Mas a la fin los brazos le crecían
y en sendos ramos vueltos se mostraban;
y los cabellos, que vencer solían
al oro fino, en hojas se tornaban;
en torcidas raíces s’estendían
los blancos pies y en tierra se hincaban;
llora el amante y busca el ser primero,
besando y abrazando aquel madero.

22.

Climene, llena de destreza y maña,
el oro y las colores matizando,
iba de hayas una gran montaña,
de robles y de penas varïando;
un puerco entre ellas, de braveza extraña,
estaba los colmillos aguzando
contra un mozo no menos animoso,
con su venablo en mano, que hermoso.

23.

Tras esto, el puerco allí se via herido
d’aquel mancebo, por su mal valiente,
y el mozo en tierra estaba ya tendido,
abierto el pecho del rabioso diente,
con el cabello d’oro desparcido
barriendo el suelo miserablemente;
las rosas blancas por allí sembradas
tornaban con su sangre coloradas.

24.

Adonis éste se mostraba qu’era,
según se muestra Venus dolorida,
que viendo la herida abierta y fiera,
sobr’él estaba casi amortecida;
boca con boca coge la postrera
parte del aire que solia dar vida
al cuerpo por quien ella en este suelo
aborrecido tuvo al alto cielo.

25.

La blanca Nise no tomó a destajo
de los pasados casos la memoria,
y en la labor de su sotil trabajo
no quiso entretejer antigua historia;
antes, mostrando de su claro Tajo
en su labor la celebrada gloria,
la figuró en la parte dond’ él baña
la más felice tierra de la España.

26.

Pintado el caudaloso rio se vía,
que en áspera estrecheza reducido,
un monte casi alrededor ceñía,
con ímpetu corriendo y con rüido
querer cercarlo todo parecía
en su volver, mas era afán perdido;
dejábase correr en fin derecho,
contento de lo mucho que habia hecho.

27.

Estaba puesta en la sublime cumbre
del monte, y desde allí por él sembrada,
aquella ilustre y clara pesadumbre
d’antiguos edificios adornada.
D’allí con agradable mansedumbre
el Tajo va siguiendo su jornada
y regando los campos y arboledas
con artificio de las altas ruedas.

28.

En la hermosa tela se veían,
entretejidas, las silvestres diosas
salir de la espesura, y que venían
todas a la ribera presurosas,
en el semblante tristes, y traían
cestillos blancos de purpúreas rosas,
las cuales esparciendo derramaban
sobre una ninfa muerta que lloraban.

29.

Todas, con el cabello desparcido,
lloraban una ninfa delicada
cuya vida mostraba que habia sido
antes de tiempo y casi en flor cortada;
cerca del agua, en un lugar florido,
estaba entre las hierbas degollada
cual queda el blanco cisne cuando pierde
la dulce vida entre la hierba verde.

30.

Una d’aquellas diosas qu’en belleza
al parecer a todas ecedía,
mostrando en el semblante la tristeza
que del funesto y triste caso había,
apartada algún tanto, en la corteza
de un álamo unas letras escribía
como epitafio de la ninfa bella,
que hablaban ansí por parte della:

31.

"Elisa soy, en cuyo nombre suena
y se lamenta el monte cavernoso,
testigo del dolor y grave pena
en que por mí se aflige Nemoroso
y llama '¡Elisa!'; '¡Elisa!' a boca llena
responde el Tajo, y lleva presuroso
al mar de Lusitania el nombre mío,
donde será escuchado, yo lo fío".

32.

En fin, en esta tela artificiosa
toda la historia estaba figurada
que en aquella ribera deleitosa
de Nemoroso fue tan celebrada,
porque de todo aquesto y cada cosa
estaba Nise ya tan informada
que, llorando el pastor, mil veces ella
se enterneció escuchando su querella;

33.

y porque aqueste lamentable cuento,
no sólo entre las selvas se contase,
mas dentro de las ondas sentimiento
con la noticia desto se mostrase,
quiso que de su tela el argumento
la bella ninfa muerta señalase
y ansí se publicase de uno en uno
por el húmido reino de Neptuno.

34.

Destas historias tales varïadas
eran las telas de las cuatro hermanas,
las cuales con colores matizadas,
claras las luces, de las sombras vanas
mostraban a los ojos relevadas
las cosas y figuras que eran llanas,
tanto que al parecer el cuerpo vano
pudiera ser tomado con la mano.

35.

Los rayos ya del sol se trastornaban,
escondiendo su luz al mundo cara
tras altos montes, y a la luna daban
lugar para mostrar su blanca cara;
los peces a menudo ya saltaban,
con la cola azotando el agua clara,
cuando las ninfas, la labor dejando,
hacia el agua se fueron paseando.

36.

En las templadas ondas ya metidos
tenian los pies, y reclinar querían
los blancos cuerpos cuando sus oídos
fueron de dos zampoñas que tañían
suave y dulcemente detenidos,
tanto que sin mudarse las oían
y al son de las zampoñas escuchaban
dos pastores a veces que cantaban.

37.

Más claro cada vez el son se oía
de dos pastores que venian cantando
tras el ganado, que también venía
por aquel verde soto caminando
y a la majada, ya pasado el día,
recogido le llevan, alegrando
las verdes selvas con el son süave,
haciendo su trabajo menos grave.

38.

Tirreno destos dos el uno era,
Alcino el otro, entrambos estimados
y sobre cuantos pacen la ribera
del Tajo con sus vacas enseñados;
mancebos de una edad, d’una manera
a cantar juntamente aparejados
y a responder, aquesto van diciendo,
cantando el uno, el otro respondiendo:

39.

TIRRENO

Flérida, para mí dulce y sabrosa
más que la fruta del cercado ajeno,
más blanca que la leche y más hermosa
qu’el prado por abril de flores lleno:
si tú respondes pura y amorosa
al verdadero amor de tu Tirreno,
a mi majada arribarás primero
qu’el cielo nos amuestre su lucero.

40.

ALCINO

Hermosa Filis, siempre yo te sea
amargo al gusto más que la retama,
y de ti despojado yo me vea
cual queda el tronco de su verde rama,
si más que yo el murciélago desea
la escuridad, ni más la luz desama,
por ver ya el fin de un término tamaño,
deste dia para mí mayor que un año.

41.

TIRRENO

Cual suele, acompañada de su bando,
aparecer la dulce primavera,
cuando Favonio y Céfiro, soplando,
al campo tornan su beldad primera,
y van artificiosos esmaltando
de rojo, azul y blanco la ribera:
en tal manera, a mí Flérida mía
viniendo, reverdece mi alegría.

42.

ALCINO

¿Ves el furor del animoso viento
embravecido en la fragosa sierra
que los antigos robles ciento a ciento
y los pinos altísimos atierra,
y de tanto destrozo aun no contento,
al espantoso mar mueve la guerra?
Pequeña es esta furia comparada
a la de Filis con Alcino airada.

43.

TIRRENO

El blanco trigo multiplica y crece;
produce el campo en abundancia tierno
pasto al ganado; el verde monte ofrece
a las fieras salvajes su gobierno;
adoquiera que miro, me parece
que derrama la copia todo el cuerno:
mas todo se convertirá en abrojos
si dello aparta Flérida sus ojos.

44.

ALCINO

De la esterilidad es oprimido
el monte, el campo, el soto y el ganado;
la malicia del aire corrompido
hace morir la hierba mal su grado;
las aves ven su descubierto nido,
que ya de verdes hojas fue cercado:
pero si Filis por aquí tornare,
hará reverdecer cuanto mirare.

45.

TIRRENO

El álamo de Alcides escogido
fue siempre, y el laurel del rojo Apolo;
de la hermosa Venus fue tenido
en precio y en estima el mirto solo;
el verde sauz de Flérida es querido
y por suyo entre todos escogiólo:
doquiera que sauces de hoy más se hallen,
el álamo, el laurel y el mirto callen.

46.

ALCINO

El fresno por la selva en hermosura
sabemos ya que sobre todos vaya;
y en aspereza y monte d’espesura
se aventaja la verde y alta haya;
mas el que la beldad de tu figura
dondequiera mirado, Filis, haya,
al fresno y a la haya en su aspereza
confesará que vence tu belleza.

47.

Esto cantó Tirreno, y esto Alcino
le respondió, y habiendo ya acabado
el dulce son, siguieron su camino
con paso un poco más apresurado;
siendo a las ninfas ya el rumor vecino,
juntas s’arrojan por el agua a nado,
y de la blanca espuma que movieron
las cristalinas ondas se cubrieron.


rosa

Elegía I

AL DUQUE D’ALBA EN LA MUERTE DE DON BERNALDINO DE TOLEDO

Aunque este grave caso haya tocado
con tanto sentimiento el alma mía
que de consuelo estoy necesitado,
con que de su dolor mi fantasía
se descargase un poco y s’acabase
de mi continuo llanto la porfía,
quise, pero, probar si me bastase
el ingenio a escribirte algún consuelo,
estando cual estoy, que aprovechase
para que tu reciente desconsuelo
la furia mitigase, si las musas
pueden un corazón alzar del suelo
y poner fin a las querellas que usas,
con que de Pindo ya las moradoras
se muestran lastimadas y confusas;
que según he sabido, ni a las horas
que’l sol se muestra ni en el mar s’asconde,
de tu lloroso estado no mejoras,
antes, en él permaneciendo donde-
quiera que estás, tus ojos siempre bañas,
y el llanto a tu dolor así responde
< que temo ver deshechas tus entrañas
en lágrimas, como al lluvioso viento
se derrite la nieve en las montañas.
Si acaso el trabajado pensamiento
en el común reposo s’adormece,
por tornar al dolor con nuevo aliento,
en aquel breve sueño t’aparece
la imagen amarilla del hermano
que de la dulce vida desfallece,
y tú tendiendo la piadosa mano,
probando a levantar el cuerpo amado,
levantas solamente el aire vano,
y del dolor el sueño desterrado,
con ansia vas buscando el que partido
era ya con el sueño y alongado.
Así desfalleciendo en tu sentido,
como fuera de ti, por la ribera
de Trápana con llanto y con gemido
el caro hermano buscas, que solo era
la mitad de tu alma, el cual muriendo,
quedará ya sin una parte entera;
y no de otra manera repitiendo
vas el amado nombre, en desusada
figura a todas partes revolviendo,
que cerca del Erídano aquejada
lloró y llamó Lampecia el nombre en vano,
con la fraterna rnuerte lastimada:
"¡Ondas, tornáme ya mi dulce hermano
Faetón; si no, aquí veréis mi muerte,
regando con mis ojos este llano!"
¡Oh cuántas veces, con el dolor fuerte
avivadas las fuerzas, renovaba
las quejas de su cruda y dura suerte;
y cuántas otras, cuando s’acababa
aquel furor, en la ribera umbrosa,
muerta, cansada, el cuerpo reclinaba!
Bien te confieso que s’alguna cosa
entre la humana puede y mortal gente
entristecer un alma generosa,
con gran razón podrá ser la presente,
pues te ha privado d’un tan dulce amigo,
no solamente hermano, un acidente;
el cual no sólo siempre fue testigo
de tus consejos y íntimos secretos,
mas de cuanto lo fuiste tú contigo:
en él se reclinaban tus discretos
y honestos pareceres y hacían
conformes al asiento sus efetos;
en él ya se mostraban y leían
tus gracias y virtudes una a una
y con hermosa luz resplandecían,
como en luciente de cristal coluna
que no encubre, de cuanto s’avecina
a su viva pureza, cosa alguna.
¡Oh miserables hados, oh mezquina
suerte, la del estado humano, y dura,
do por tantos trabajos se camina,
y agora muy mayor la desventura
d’aquesta nuestra edad cuyo progreso
muda d’un mal en otro su figura!
¿A quién ya de nosotros el eceso
de guerras, de peligros y destierro
no toca y no ha cansado el gran proceso?
¿Quién no vio desparcir su sangre al hierro
del enemigo? ¿Quién no vio su vida
perder mil veces y escapar por yerro?
¡De cuántos queda y quedará perdida
la casa, la mujer y la memoria,
y d’otros la hacienda despendida!
¿Qué se saca d’aquesto? ¿Alguna gloria?
¿Algunos premios o agradecimiento?
Sabrálo quien leyere nuestra historia:
veráse allí que como polvo al viento,
así se deshará nuestra fatiga
ante quien s’endereza nuestro intento.
No contenta con esto, la enemiga
del humano linaje, que envidiosa
coge sin tiempo el grano de la espiga,
nos ha querido ser tan rigurosa
que ni a tu juventud, don Bernaldino,
ni ha sido a nuestra pérdida piadosa.
¿Quién pudiera de tal ser adevino?
¿A quién no le engañara la esperanza,
viéndote caminar por tal camino?
¿Quién no se prometiera en abastanza
seguridad entera de tus años,
sin temer de natura tal mudanza?
Nunca los tuyos, mas los propios daños
dolernos deben, que la muerte amarga
nos muestra claros ya mil desengaños:
hános mostrado ya que en vida larga,
apenas de tormentos y d’enojos
llevar podemos la pesada carga
hános mostrado en ti que claros ojos
y juventud y gracia y hermosura
son también, cuando quiere, sus despojos.
Mas no puede hacer que tu figura,
después de ser de vida ya privada,
no muestre el arteficio de natura:
bien es verdad que no está acompañada
de la color de rosa que solía
con la blanca azucena ser mezclada,
porque’l calor templado que encendía
la blanca nieve de tu rostro puro,
robado ya la muerte te lo había;
en todo lo demás, como en seguro
y reposado sueño descansabas,
indicio dando del vivir futuro.
Mas ¿qué hará la madre que tú amabas,
de quien perdidamente eras amado,
a quien la vida con la tuya dabas?
Aquí se me figura que ha llegado
de su lamento el son, que con su fuerza
rompe el aire vecino y apartado,
tras el cual a venir también se ’sfuerza
el de las cuatro hermanas, que teniendo
va con el de la madre a viva fuerza;
a todas las contemplo desparciendo
de su cabello luengo el fino oro,
al cual ultraje y daño están haciendo.
El viejo Tormes, con el blanco coro
de sus hermosas ninfas, seca el río
y humedece la tierra con su lloro,
no recostado en urna al dulce frío
de su caverna umbrosa, mas tendido
por el arena en el ardiente estío;
con ronco son de llanto y de gemido,
los cabellos y barbas mal paradas
se despedaza y el sotil vestido;
en torno dél sus ninfas desmayadas
llorando en tierra están, sin ornamento,
con las cabezas d’oro despeinadas.
Cese ya del dolor el sentimiento,
hermosas moradoras del undoso
Tormes; tened más provechoso intento:
consolad a la madre, que el piadoso
dolor la tiene puesta en tal estado
que es menester socorro presuroso.
Presto será que’l cuerpo, sepultado
en un perpetuo mármol, de las ondas
podrá de vuestro Tormes ser bañado;
y tú, hermoso coro, allá en las hondas
aguas metido, podrá ser que al llanto
de mi dolor te muevas y respondas.
Vos, altos promontorios, entretanto,
con toda la Trinacria entristecida,
buscad alivio en desconsuelo tanto.
Sátiros, faunos, ninfas, cuya vida
sin enojo se pasa, moradores
de la parte repuesta y escondida,
con luenga esperiencia sabidores,
buscad para consuelo de Fernando
hierbas de propriedad oculta y flores:
así en el ascondido bosque, cuando
ardiendo en vivo y agradable fuego
las fugitivas ninfas vais buscando,
ellas se inclinen al piadoso ruego
y en recíproco lazo estén ligadas,
sin esquivar el amoroso juego.
Tú, gran Fernando, que entre tus pasadas
y tus presentes obras resplandeces,
y a mayor fama están por ti obligadas,
contempla dónde estás, que si falleces
al nombre que has ganado entre la gente,
de tu virtud en algo t’enflaqueces,
porque al fuerte varón no se consiente
no resistir los casos de Fortuna
con firme rostro y corazón valiente;
y no tan solamente esta importuna,
con proceso crüel y riguroso,
con revolver de sol, de cielo y luna,
mover no debe un pecho generoso
ni entristecello con funesto vuelo,
turbando con molestia su reposo,
mas si toda la máquina del cielo
con espantable son y con rüido,
hecha pedazos, se viniere al suelo,
debe ser aterrado y oprimido
del grave peso y de la gran rüina
primero que espantado y comovido.
Por estas asperezas se camina
de la inmortalidad al alto asiento,
do nunca arriba quien d’aquí declina.
Y en fin, señor, tornando al movimiento
de la humana natura, bien permito
a nuestra flaca parte un sentimiento,
mas el eceso en esto vedo y quito,
si alguna cosa puedo, que parece
que quiere proceder en infinito.
A lo menos el tiempo, que descrece
y muda de las cosas el estado,
debe bastar, si la razón fallece:
no fue el troyano príncipe llorado
siempre del viejo padre dolorido,
ni siempre de la madre lamentado;
antes, después del cuerpo redemido
con lágrimas humildes y con oro,
que fue del fiero Aquiles concedido,
y reprimiendo el lamentable coro
del frigio llanto, dieron fin al vano
y sin provecho sentimiento y lloro.
El tierno pecho, en esta parte humano,
de Venus, ¿qué sintió, su Adonis viendo
de su sangre regar el verde llano?
Mas desque vido bien que, corrompiendo
con lágrimas sus ojos, no hacía
sino en su llanto estarse deshaciendo,
y que tornar llorando no podía
su caro y dulce amigo de la escura
y tenebrosa noche al claro día,
los ojos enjugó y la frente pura
mostró con algo más contentamiento,
dejando con el muerto la tristura.
Y luego con gracioso movimiento
se fue su paso por el verde suelo,
con su guirlanda usada y su ornamento;
desordenaba con lascivo vuelo
el viento sus cabellos; con su vista
s’alegraba la tierra, el mar y el cielo.
Con discurso y razón, que’s tan prevista,
con fortaleza y ser, que en ti contemplo,
a la flaca tristeza se resista.
Tu ardiente gana de subir al templo
donde la muerte pierde su derecho
te basta, sin mostrarte yo otro enjemplo;
allí verás cuán poco mal ha hecho
la muerte en la memoria y clara fama
de los famosos hombres que ha deshecho.
Vuelve los ojos donde al fin te llama
la suprema esperanza, do perfeta
sube y purgada el alma en pura llama;
¿piensas que es otro el fuego que en Oeta
d’Alcides consumió la mortal parte
cuando voló el espirtu a la alta meta?
Desta manera aquél, por quien reparte
tu corazón sospiros mil al día
y resuena tu llanto en cada parte,
subió por la difícil y alta vía,
de la carne mortal purgado y puro,
en la dulce región del alegría,
do con discurso libre ya y seguro
mira la vanidad de los mortales,
ciegos, errados en el aire ’scuro,
y viendo y contemplando nuestros males,
alégrase d’haber alzado el vuelo
y gozar de las horas immortales.
Pisa el immenso y cristalino cielo,
teniendo puestos d’una y d’otra mano
el claro padre y el sublime agüelo:
el uno ve de su proceso humano
sus virtudes estar allí presentes,
que’l áspero camino hacen llano;
el otro, que acá hizo entre las gentes
en la vida mortal menor tardanza,
sus llagas muestra allá resplandecientes.
(Dellas aqueste premio allá s’alcanza,
porque del enemigo no conviene
procurar en el cielo otra venganza).
Mira la tierra, el mar que la contiene,
todo lo cual por un pequeño punto
a respeto del cielo juzga y tiene;
puesta la vista en aquel gran trasunto
y espejo do se muestra lo pasado
con lo futuro y lo presente junto,
el tiempo que a tu vida limitado
d,a1lá arriba t’está, Fernando, mira,
y allí ve tu lugar ya deputado.
¡Oh bienaventurado, que sin ira,
sin odio, en paz estás, sin amor ciego,
con quien acá se muere y se sospira,
y en eterna holganza y en sosiego
vives y vivirás cuanto encendiere
las almas del divino amor el fuego!
Y si el cielo piadoso y largo diere
luenga vida a la voz deste mi llanto,
lo cual tú sabes que pretiende y quiere,
yo te prometo, amigo, que entretanto
que el sol al mundo alumbre y que la escura
noche cubra la tierra con su manto,
y en tanto que los peces la hondura
húmida habitarán del mar profundo
y las fieras del monte la espesura,
se cantará de ti por todo el mundo,
que en cuanto se discurre, nunca visto
de tus años jamás otro segundo
será, desde’l Antártico a Calisto.


rosa

Elegía II

A BOSCÁN

Aquí, Boscán, donde del buen troyano
Anquises con eterno nombre y vida
conserva la ceniza el Mantüano,
debajo de la seña esclarecida
de César africano nos hallamos
la vencedora gente recogida:
diversos en estudio, que unos vamos
muriendo por coger de la fatiga
el fruto que con el sudor sembramos;
otros (que hacen la virtud amiga
y premio de sus obras y así quieren
que la gente lo piense y que lo diga)
destotros en lo público difieren,
y en lo secreto sabe Dios en cuánto
se contradicen en lo que profieren.
Yo voy por medio, porque nunca tanto
quise obligarme a procurar hacienda,
que un poco más que aquéllos me levanto;
ni voy tampoco por la estrecha senda
de los que cierto sé que a la otra vía
vuelven, de noche al caminar, la rienda.
Mas ¿dónde me llevó la pluma mía?,
que a sátira me voy mi paso a paso,
y aquesta que os escribo es elegía.
Yo enderezo, señor, en fin mi paso
por donde vos sabéis que su proceso
siempre ha llevado y lleva Garcilaso;
y así, en mitad d’aqueste monte espeso,
de las diversidades me sostengo,
no sin dificultad, mas no por eso
dejo las musas, antes torno y vengo
dellas al negociar, y varïando,
con ellas dulcemente me entretengo.
Así se van las horas engañando;
así del duro afán y grave pena
estamos algún hora descansando.
D’aquí iremos a ver de la Serena
la patria, que bien muestra haber ya sido
de ocio y d’amor antiguamente llena.
Allí mi corazón tuvo su nido
un tiempo ya, mas no sé, triste, agora
o si estará ocupado o desparcido;
daquesto un frío temor así a deshora
por mis huesos discurre en tal manera
que no puedo vivir con él un’hora.
Si, triste, de mi bien yo estado hubiera
un breve tiempo ausente, no lo niego
que con mayor seguridad viviera:
la breve ausencia hace el mismo juego
en la fragua d’amor que en fragua ardiente
el agua moderada hace al fuego,
la cual verás que no tan solamente
no le suele matar, mas le refuerza
con ardor más intenso y eminente,
porque un contrario, con la poca fuerza
de su contrario, por vencer la lucha
su brazo aviva y su valor esfuerza.
Pero si el agua en abundancia mucha
sobre’l fuego s’esparce y se derrama,
el humo sube al cielo, el son s’escucha
y, el claro resplandor de viva llama
en polvo y en ceniza convertido,
apenas queda d’él sino la fama:
así el ausencia larga, que ha esparcido
en abundancia su licor que amata
el fuego qu’el amor tenía encendido,
de tal suerte lo deja que lo trata
la mano sin peligro en el momento
que en aparencia y son se desbarata.
Yo solo fuera voy d’aqueste cuento,
porque’l amor m’aflige y m’atormenta
y en el ausencia crece el mal que siento;
y pienso yo que la razón consienta
y permita la causa deste efeto,
que a mí solo entre todos se presenta,
porque como del cielo yo sujeto
estaba eternamente y diputado
al amoroso fuego en que me meto,
así, para poder ser amatado,
el ausencia sin término, infinita
debe ser, y sin tiempo limitado;
lo cual no habrá razón que lo permita,
porque por más y más que ausencia dure,
con la vida s’acaba, qu’es finita.
Mas a mí ¿quién habrá que m’asegure
que mi mala fortuna con mudanza
y olvido contra mí no se conjure?
Este temor persigue la esperanza
y oprime y enflaquece el gran deseo
con que mis ojos van de su holganza;
con ellos solamente agora veo
este dolor qu’el corazón me parte,
y con él y comigo aquí peleo.
¡Oh crudo, oh riguroso, oh fiero Marte,
de túnica cubierto de diamante
y endurecido siempre en toda parte!,
¿qué tiene que hacer el tierno amante
con tu dureza y áspero ejercicio,
llevado siempre del furor delante?
Ejercitando por mi mal tu oficio,
soy reducido a términos que muerte
será mi postrimero beneficio;
y ésta no permitió mi dura suerte
que me sobreviniese peleando,
de hierro traspasado agudo y fuerte,
porque me consumiese contemplando
mi amado y dulce fruto en mano ajena,
y el duro posesor de mí burlando.
Mas ¿dónde me trasporta y enajena
de mi propio sentido el triste miedo?
A parte de vergüenza y dolor llena,
donde, si el mal yo viese, ya no puedo,
según con esperalle estoy perdido,
acrecentar en la miseria un dedo.
Así lo pienso agora, y si él venido
fuese en su misma forma y su figura,
ternia el presente por mejor partido,
y agradeceria siempre a la ventura
mostrarme de mi mal solo el retrato
que pintan mi temor y mi tristura.
Yo sé qué cosa es esperar un rato
el bien del propio engaño y solamente
tener con é1 inteligencia y trato,
como acontece al mísero doliente
que, del un cabo, el cierto amigo y sano
le muestra el grave mal de su acidente,
y le amonesta que del cuerpo humano
comience a levantar a mejor parte
el alma suelta con volar liviano;
mas la tierna mujer, de la otra parte,
no se puede entregar al desengaño
y encúbrele del mal la mayor parte;
él, abrazado con su dulce engaño,
vuelve los ojos a la voz piadosa
y alégrase muriendo con su daño:
así los quito yo de toda cosa
y póngolos en solo el pensamiento
de la esperanza, cierta o mentirosa;
en este dulce error muero contento,
porque ver claro y conocer mi ’stado
no puede ya curar el mal que siento,
y acabo como aquel qu’en un templado
baño metido, sin sentillo muere,
las venas dulcemente desatado.
Tú, que en la patria, entre quien bien te quiere,
la deleitosa playa estás mirando
y oyendo el son del mar que en ella hiere,
y sin impedimiento contemplando
la misma a quien tú vas eterna fama
en tus vivos escritos procurando,
alégrate, que más hermosa llama
que aquella qu’el troyano encendimiento
pudo causar el corazón t’inflama;
no tienes que temer el movimiento
de la fortuna con soplar contrario,
que el puro resplandor serena el viento.
Yo, como conducido mercenario,
voy do fortuna a mi pesar m’envía,
si no a morir, que aquéste’s voluntario;
solo sostiene la esperanza mía
un tan débil engaño que de nuevo
es menester hacelle cada día,
y si no le fabrico y le renuevo,
da consigo en el suelo mi esperanza
tanto qu’en vano a levantalla pruebo.
Aqueste premio mi servir alcanza,
que en sola la miseria de mi vida
negó fortuna su común mudanza.
¿Dónde podré hüir que sacudida
un rato sea de mí la grave carga
que oprime mi cerviz enflaquecida?
Mas ¡ay!, que la distancia no descarga
el triste corazón, y el mal, doquiera
que ’stoy, para alcanzarme el brazo alarga:
si donde’l sol ardiente reverbera
en la arenosa Libya, engendradora
de toda cosa ponzoñosa y fiera,
o adond’él es vencido a cualquier hora
de la rígida nieve y viento frío,
parte do no se vive ni se mora,
si en ésta o en aquélla el desvarío
o la fortuna me llevase un día
y allí gastase todo el tiempo mío,
el celoso temor con mano fría
en medio del calor y ardiente arena
el triste corazón m’apretaría;
y en el rigor del hielo, en la serena
noche, soplando el viento agudo y puro
qu’el veloce correr del agua enfrena,
d’aqueste vivo fuego, en que m’apuro
y consumirme poco a poco espero,
sé que aun allí no podré estar seguro,
y así diverso entre contrarios muero.


rosa

Epístola a Boscán

Señor Boscán, quien tanto gusto tiene
de daros cuenta de los pensamientos,
hasta las cosas que no tienen nombre,
no le podrá faltar con vos materia,
ni será menester buscar estilo
presto, distinto d’ornamento puro
tal cual a culta epístola conviene.
Entre muy grandes bienes que consigo
el amistad perfeta nos concede
es aqueste descuido suelto y puro,
lejos de la curiosa pesadumbre;
y así, d’aquesta libertad gozando,
digo que vine, cuanto a lo primero,
tan sano como aquel que en doce días
lo que sólo veréis ha caminado
cuando el fin de la carta os lo mostrare.

Alargo y suelto a su placer la rienda,
mucho más que al caballo, al pensamiento,
y llévame a las veces por camino
tan dulce y agradable que me hace
olvidar el trabajo del pasado;
otras me lleva por tan duros pasos
que con la fuerza del afán presente
también de los pasados se me olvida;
a veces sigo un agradable medio
honesto y reposado, en que’l discurso
del gusto y del ingenio se ejercita.
Iba pensando y discurriendo un día
a cuántos bienes alargó la mano
el que del amistad mostró el camino,
y luego vos, del amistad enjemplo,
os me ofrecéis en estos pensamientos,
y con vos a lo menos me acontece
una gran cosa, al parecer estraña,
y porque lo sepáis en pocos versos,
es que, considerando los provechos,
las honras y los gustos que me vienen
desta vuestra amistad, que en tanto tengo,
ninguna cosa en mayor precio estimo
ni me hace gustar del dulce estado
tanto como el amor de parte mía.
Éste comigo tiene tanta fuerza
que, sabiendo muy bien las otras partes
del amistad y la estrecheza nuestra
con solo aquéste el alma se enternece;
y sé que otramente me aprovecha
el deleite, que suele ser pospuesto
a las útiles cosas y a las graves.
Llévame a escudriñar la causa desto
ver contino tan recio en mí el efeto,
y hallo que’l provecho, el ornamento,
el gusto y el placer que se me sigue
del vínculo d’amor, que nuestro genio
enredó sobre nuestros corazones,
son cosas que de mí no salen fuera,
y en mí el provecho solo se convierte.
Mas el amor, de donde por ventura
nacen todas las cosas, si hay alguna,
que a vuestra utilidad y gusto miren,
es gran razón que ya en mayor estima
tenido sea de mí que todo el resto,
cuanto más generosa y alta parte
es el hacer el bien que el recebille;
así que amando me deleito, y hallo
que no es locura este deleite mio.
¡Oh cuán corrido estoy y arrepentido
de haberos alabado el tratamiento
del camino de Francia y las posadas!
Corrido de que ya por mentiroso
con razón me ternéis; arrepentido
de haber perdido tiempo en alabaros
cosa tan digna ya de vituperio,
donde no hallaréis sino mentiras,
vinos acedos, camareras feas,
varletes codiciosos, malas postas,
gran paga, poco argén, largo camino;
llegar al fin a Nápoles, no habiendo
dejado allá enterrado algún tesoro,
salvo si no decís que’s enterrado
lo que nunca se halla ni se tiene.
A mi señor Durall estrechamente
abrazá de mi parte, si pudierdes.
Doce del mes d’otubre, de la tierra
do nació el claro fuego del Petrarca
y donde están del fuego las cenizas.


rosa

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