Fecha de Nacimiento: 11 de julio de 1561, Córdoba, España
Fecha de fallecimiento: 24 de mayo de 1627, Córdoba, España
Luis de Góngora y Argote fue un poeta y dramaturgo español del Siglo de Oro, máximo exponente de la corriente literaria conocida, más tarde como culteranismo o gongorismo.
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Las flores del romero,
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán de miel.
Celosa estás, la niña,
celosa estás de aquél,
dichoso, pues le buscas,
ciego, pues te ve.
Ingrato, pues te enoja,
y confiado, pues
no se disculpa hoy
de lo que hizo ayer.
Enjuguen esperanzas
lo que lloras por él,
que celos entre aquellos
que se han querido bien,
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
Aurora de ti misma,
que, cuando a amanecer
a tu placer empiezas,
te eclipsan tu placer;
serénense tus ojos,
y más perlas no des,
porque al sol le está mal
lo que a la aurora bien.
Desata como nieblas
todo lo que no ves,
que sospechas de amantes
y querellas después,
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio
vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida?
Y, ¿para no ser nada
estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte
temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún
tirano;
dilata tu nacer para la vida,
que anticipas tu ser para tu
muerte.
Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándose a un
blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de
sus minas,
ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces
mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de
espinas,
estaba, oh, claro sol invidïoso,
cuando tu luz,
hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi suerte.
Si el cielo ya no es menos
poderoso,
porque no den los suyos más enojos,
rayos, como a tu
hijo, te den muerte.
Al tramontar del sol, la ninfa mía,
de flores despojando el verde
llano,
cuantas troncaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie
crecer hacía.
Ondeábale el viento que corría
el oro fino con error galano,
cual verde hoja del álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;
mas luego que ciñó sus sienes bellas
dé los varios despojos de su
falda
(término puesto al oro ya la nieve),
juraré que lució más su guirnalda
con ser de flores, la otra ser
de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis
días
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo
en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador
reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo
lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces
patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en buena hora
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la
fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja
corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do
se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi
diente,
y ríase la gente.
¡Qué de
envidiosos montes levantados,
de nieves impedidos,
me contienen
tus dulces ojos bellos!
¡Qué de ríos del hielo tan atados,
del
agua tan crecidos
me defienden el ya volver a vellos!
Y, cuál,
burlando de ellos
el noble pensamiento,
por verte viste plumas,
pisa el viento!
Ni a las
tinieblas de la noche oscura
ni a los hielos perdona,
y a la mayor
dificultad engaña;
no hay guardas hoy de llave tan segura,
que
nieguen tu persona,
que no desmienta con discreta mañana,
ni
emprenderá hazaña
tu esposo cuando lidie,
que no registre él, y yo
no envidie.
Allá vuelas,
lisonja de mis penas,
que con igual licencia
penetras el abismo,
el cielo escalas;
y mientras yo te aguardo en las cadenas
de esta
rabiosa ausencia,
el viento agravian tus ligeras alas.
Ya veo que
te calas
donde bordada tela
un lecho abriga y mil dulzores cela.
Tarde batiste
la envidiosa pluma,
que en sabrosa fatiga
vieras (muerta la voz,
suelto el cabello)
la blanca hija de la blanca espuma,
no sé si en
brazos diga
de un fiero Marte, de un Adonis bello,
y anudada a su
cuello,
podrás verla dormida,
y a él casi trasladado a nueva vida.
Desnuda el
brazo, el pecho descubierta,
entre templada nieve
evaporar
contempla un fuego helado,
y al esposo en figura casi muerta,
que
el silencio le bebe
del sueño, con sudor solicitado;
dormid, que
el dios alado,
de vuestras almas dueño,
con el dedo en la boca os
guarda el sueño;
Dormid, copia
gentil de amantes nobles,
en los dichosos nudos
que a los lazos de
amor os dio Himeneo;
mientras yo, desterrado, de estos robles
y
peñascos desnudos
la piedad con mis lágrimas granjeo;
coronad el
deseo
de gloria, en recordando;
sea el lecho de batalla campo
blando.
Canción, di al pensamiento
que corra la cortina,
y
vuelva al desdichado que camina.
A Don Antonio de las Infantas, en la muerte
de una señora con quien estaba concertado
de casar en Segura de la Sierra
Ceñida, si asombrada no, la frente
De una y otra verde rama obscura,
A los pinos dejando de Segura
Su urna lagrimosa, en son doliente,
Llora el Betis, no lejos de su fuente,
En poca tierra ya mucha hermosura:
Tiernos rayos en una piedra dura
De un sol antes caduco que luciente.
¡Cuán triste sobre el pórfido se mira
Casta Venus llorar su cuarta gracia,
Si lágrimas las perlas son que vierte!
¡Oh Antonio, oh tú del músico de Tracia
Prudente imitador! Tu dulce lira
Sus privilegios rompa hoy a la muerte.
Cosas, Celalba
mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas
torres besar sus fundamentos,
y vomitar la tierra sus entrañas;
duras puentes
romper, cual tiernas cañas,
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos,
y enfrenados peor de las montañas;
los días de
Noé, gentes subidas
en los más altos pinos levantados,
en las
robustas hayas más crecidas.
Pastores,
perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y
nada temí más que mis cuidados.
Mariposa, no sólo no cobarde,
mas temeraria, fatalmente ciega,
lo
que la llama el Fénix aún le niega.
quiere obstinada que a sus alas
guarde:
pues en su daño arrepentida larde,
del esplendor solicitada,
llega
a lo que luce, y ambiciosa entrega
su mal vestida pluma a lo
que arde.
¡Yace gloriosa en la que dulcemente
huesa le ha prevenido abeja
breve,
suma felicidad a yerro sumo!
No a mi ambición contrario tan luciente,
menos activo, si cuanto
más leve,
cenizas la hará, si abrasa el humo.
Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,
que presurosa corre, que
secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.
¿Confiésalo Cartago y tu lo ignoras?
Peligro corres, Licio,
si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a ti
las horas;
las horas, que limando están los días,
los días, que royendo están los años.
-¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras?
-Señora tía, de
Cagalarache.
-Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache?
-Treinta
soldados en tres mil galeras.
-¿Tanta gente? -Tomámoslo de veras.
-¿Desembarcastes, Juan? -¡Tarde piache!,
que al dar un Santiago de
azabache,
dio la playa más moros que veneras.
-Luego, ¿es de
moros? -Sí, señora tía;
mucha algazara, pero poca ropa.
-¿Hicieron
os los perros algún daño?
-No, que en ladrando con su artillería,
a todos nos dio cámaras de popa.
-¡Salud serían para todo el año!
De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil
muro
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;
pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar
seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles
usurpado;
soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
al claro sol, en cuanto
en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;
ídolo bello, a quien
humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta y tus virtudes reza.
Descaminado,
enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la
confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
Repetido latir,
si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en
pastoral albergue mal cubierto,
piedad halló, si no halló camino.
Salió el Sol, y
entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó
al no bien sano pasajero.
Pagará el
hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que
morir de la suerte que yo muero.
En crespa
tempestad del oro undoso
nada golfos de luz ardiente y pura
mi
corazón, sediento de hermosura,
si el cabello deslazas generoso.
Leandro en mar de fuego
proceloso
su amor ostenta, su vivir apura;
ícaro en senda de oro mal
segura
arde sus alas por morir glorioso.
Con pretensión de fénix,
encendidas
sus esperanzas, que difuntas lloro,
intenta que su muerte
engendre vidas.
Avaro y rico y pobre, en el tesoro,
el castigo y la hambre imita
a Midas,
Tántalo en fugitiva fuente de oro.
En el cristal
de tu divina mano
de Amor bebí el dulcísimo veneno,
néctar
ardiente que me abrasa el seno,
y templar con la ausencia pensé en
vano.
Tal, claudia
bella del rapaz tirano
es arpón de oro tu mirar sereno,
que cuánto
más ausente dél, más peno,
de sus golpes el pecho menos sano.
Tus cadenas al
pie, lloro al ruido
de un eslabón y otro mi destierro,
más
desviado, pero más perdido.
¿Cuándo será
aquel día que por yerro,
oh serafín, desates, bien nacido,
con
manos de cristal nudos de hierro?
1
Estas que me dictó, rimas sonoras,
Culta sí aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las
purpúreas horas
Que es rosas la alba y rosicler el día,
Ahora que de luz tu
niebla doras,
Escucha, al son de la zampoña mía,
Si ya los muros no te ven de
Huelva
Peinar el viento, fatigar la selva.
2
Templado pula en
la maestra mano
El generoso pájaro su pluma,
O tan mudo en la alcándara, que en
vano
Aun desmentir el cascabel presuma;
Tascando haga el freno de oro
cano
Del caballo andaluz la ociosa espuma;
Gima el lebrel en el
cordón de seda,
Y al cuerno al fin la cítara suceda.
3
Treguas al
ejercicio sean robusto,
Ocio atento, silencio dulce, en cuanto
Debajo escuchas de dosel
augusto
Del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las Musas hoy el
gusto,
Que si la mía puede ofrecer tanto
Clarín -y de la Fama no
segundo-,
Tu nombre oirán los términos del mundo.
4
Donde espumoso
el mar sicilïano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de
Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta
roca
Mordaza es a una gruta de su boca.
5
Guarnición tosca de
este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire
puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno
obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas
aves,
Gimiendo tristes y volando graves.
6
De este, pues,
formidable de la tierra
Bostezo, el melancólico vacío
A Polifemo, horror de aquella
sierra,
Bárbara choza es, albergue umbrío
Y redil espacioso donde
encierra
Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
De los montes esconde: copia
bella
Que un silbo junta y un peñasco sella.
7
Un monte era de
miembros eminente
Este que -de Neptuno hijo fiero-
De un ojo ilustra el orbe de su
frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más
valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan
delgado,
Que un día era bastón y otro cayado.
8
Negro el cabello,
imitador undoso
De las oscuras aguas del Leteo,
Al viento que lo peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba
impetuosa,
Que -adusto hijo de este Pirineo-
Su pecho inunda- o tarde, o
mal, o en vano
Surcada aun de los dedos de su mano.
9
No la Trinacria
en sus montañas, fiera
Armó de crueldad, calzó de viento,
Que redima feroz, salve
ligera
Su piel manchada de colores ciento:
Pellico es ya la que en los
bosques era
Mortal horror al que con paso lento
Los bueyes a su albergue
reducía,
Pisando la dudosa luz del día.
10
Cercado es, cuando más
capaz más lleno,
De la fruta, el zurrón, casi abortada,
Que el tardo otoño deja
al blando seno
De la piadosa yerba encomendada:
La serva, a quien le da rugas
el heno;
La pera, a quien le da cuna dorada
La rubia paja y -pálida
turora-
La niega avara y pródiga la dora.
11
Erizo es, el
zurrón, de la castaña;
Y -entre el membrillo o verde o datilado-
De la manzana
hipócrita, que engaña,
A lo pálido no, a lo arrebolado,
Y de la encina honor de la
montaña,
Que pabellón al siglo fue dorado,
El tributo, alimento, aunque
grosero,
Del mejor mundo, del candor primero.
12
Cera y cáñamo
unió -que no debiera-
Cien cañas, cuyo bárbaro rüido,
De más ecos que unió cáñamo y
cera
Albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se
altera,
Rompe Tritón su caracol torcido,
Sordo huye el bajel a vela y
remo:
¡Tal la música es de Polifemo!
13
Ninfa, de Doris hija,
la más bella,
Adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y
dulce en ella
El terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa
estrella
Lucientes ojos de su blanca pluma:
Si roca de cristal no es de
Neptuno,
Pavón de Venus es, cisne de Juno.
14
Purpúreas rosas
sobre Galatea
La Alba entre lilios cándidos deshoja:
Duda el Amor cuál más su
color sea,
O púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es,
eritrea,
Émula vana. El ciego dios se enoja,
Y, condenado su esplendor,
la deja
Pender en oro al nácar de su oreja.
15
Invidia de las
ninfas, y cuidado
De cuantas honra el mar deidades, era;
Pompa del marinero niño
alado
Que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no
escamado,
Ronco sí, escucha a Glauco la ribera
Inducir a pisar la bella
ingrata,
En carro de cristal, campos de plata.
16
Marino joven,
las cerúleas sienes,
Del más tierno coral ciñe Palermo,
Rico de cuantos la agua
engendra bienes,
Del Faro odioso al promontorio extremo;
Mas en la gracia igual,
si en los desdenes
Perdonado algo más que Polifemo,
De la que, aún no le oyó, y,
calzada plumas,
Tantas flores pisó como él espumas.
17
Huye la ninfa
bella: y el marino
Amante nadador, ser bien quisiera,
Ya que no áspid a su pie
divino,
Dorado pomo a su veloz carrera;
Mas, ¿cuál diente mortal, cuál
metal fino
La fuga suspender podrá ligera
Que el desdén solicita? ¡Oh
cuánto yerra
Delfin que sigue en agua corza en tierra!
18
Sicilia, en
cuanto oculta, en cuanto ofrece,
Copa es de Baco, huerto de Pomona:
Tanto de frutas ésta la
enriquece,
Cuanto aquél de racimos la corona.
En carro que estival trillo
parece,
A sus campañas Ceres no perdona,
De cuyas siempre fértiles
espigas
Las provincias de Europa son hormigas.
19
A Pales su
viciosa cumbre debe
Lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;
Pues si en la una
granos de oro llueve,
Copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro,
esquilan nieve,
O en pipas guardan la exprimida grana,
Bien sea religión, bien
amor sea,
Deidad, aunque sin templo, es Galatea.
20
Sin aras, no:
que el margen donde para
Del espumoso mar su pie ligero,
Al labrador, de sus primicias
ara,
De sus esquilmos es al ganadero;
De la Copia a la tierra poco
avara
El cuerno vierte el hortelano, entero,
Sobre la mimbre que tejió
prolija,
Si artificiosa no, su honesta hija.
21
Arde la juventud,
y los arados
Peinan las tierras que surcaron antes,
Mal conducidos, cuando no
arrastrados,
De tardos bueyes cual su dueño errantes;
Sin pastor que los
silbe, los ganados
Los crujidos ignoran resonantes
De las hondas, si en vez del
pastor pobre
El céfiro no silba, o cruje el robre.
22
Mudo la noche
el can, el día dormido
De cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al
mísero balido,
Nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase -y fiero deja
humedecido
En sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos,
o a su dueño,
El silencio del can siga y el sueño!
23
La fugitiva
Ninfa en tanto, donde
Hurta un laurel su tronco al Sol ardiente,
Tantos jazmines
cuanta yerba esconde
La nieve de sus miembros da una fuente.
Dulce se queja, dulce le
responde
Un ruiseñor a otro, y dulcemente
Al sueño da sus ojos la
armonía,
Por no abrasar con tres soles el día.
24
Salamandria del
Sol, vestido estrellas,
Latiendo el Can del cielo estaba, cuando
-Polvo el cabello,
húmidas centellas,
Si no ardientes aljófares, sudando-
Llegó Acis, y de ambas luces
bellas
Dulce Occidente viendo al sueño blando,
Su boca dio, y sus ojos,
cuanto pudo,
Al sonoro cristal, al cristal mudo.
25
Era Acis un
venablo de Cupido,
De un Fauno -medio hombre, medio fiera-,
En Simetis, hermosa
Ninfa, habido;
Gloria del mar, honor de su ribera.
El bello imán, el ídolo
dormido,
Que acero sigue, idólatra venera,
Rico de cuanto el huerto
ofrece pobre,
Rinden las vacas y fomenta el robre.
26
El celestial
humor recién cuajado
Que la almendra guardó, entre verde y seca,
En blanca mimbre se
lo puso al lado
Y un copo, en verdes juncos, de manteca;
En breve corcho, pero
bien labrado,
Un rubio hijo de una encina hueca,
Dulcísimo panal, a cuya cera
Su néctar vinculó la primavera.
27
Caluroso, al arroyo
da las manos,
Y con ellas, las ondas a su frente,
Entre dos mirtos que -de
espuma canos-,
Dos verdes garzas son de la corriente.
Vagas cortinas de
volantes vanos
Corrió Favonio lisonjeramente,
A la de viento, cuando no sea
cama
De frescas sombras, de menuda grama.
28
La Ninfa, pues,
la sonora plata
Bullir sintió del arroyuelo apenas,
Cuando -a los verdes
márgenes ingrata-
Seguir se hizo de sus azucenas.
Huyera... mas tan frío se desata
Un temor perezoso por sus venas,
Que a la precisa fuga, al
presto vuelo
Grillos de nieve fue, plumas de hielo.
29
Fruta en
mimbre halló, leche exprimida
En juncos, miel en corcho, mas sin dueño;
Si bien al dueño debe,
agradecida,
Su deidad culta, venerado el sueño.
A la ausencia mil veces
ofrecida,
Este de cortesía no pequeño
Indicio la dejó -aunque estatua
helada-
Más discursiva y menos alterada.
30
No al Cíclope
atribuye, no, la ofrenda;
No a Sátiro lascivo, ni a otro feo
Morador de las selvas, cuya
rienda
El sueño aflija, que aflojó el deseo.
El niño dios, entonces, de
la venda,
Ostentación gloriosa, alto trofeo
Quiere que al árbol de su
madre sea
El desdén hasta allí de Galatea.
31
Entre las ramas del
que más se lava
En el arroyo, mirto levantado,
Carcaj de cristal hizo, si no
aljaba,
Su blanco pecho de un arpón dorado.
El monstruo de rigor, la
fiera brava
Mira la ofrenda ya con más cuidado,
Y aun siente que a su dueño
sea devoto,
Confuso alcaide más, el verde soto.
32
Llamáralo, aunque
muda; mas no sabe
El nombre articular que más querría,
Ni lo ha visto; si bien
pincel suave
Lo ha bosquejado ya en su fantasía.
Al pie -no tanto ya, del
temor, grave-
Fía su intento; y, tímida, en la umbría
Cama de campo y campo de
batalla,
Fingiendo sueño al cauto garzón halla.
33
El bulto vio
y, haciéndolo dormido,
Librada en un pie toda sobre él pende
-Urbana al sueño, bárbara
al mentido
Retórico silencio que no entiende-:
No el ave reina, así el
fragoso nido
Corona inmóvil, mientras no desciende
-Rayo con plumas- al
milano pollo,
Que la eminencia abriga de un escollo,
34
Como la Ninfa
bella -compitiendo
Con el garzón dormido en cortesía-
No sólo para, mas el dulce
estruendo
Del lento arroyo enmudecer querría.
A pesar luego de las ramas,
viendo
Colorido el bosquejo que ya había
En su imaginación Cupido hecho
Con el pincel que le clavó su pecho,
35
De sitio
mejorada, atenta mira,
En la disposición robusta, aquello
Que. si por lo suave no la
admira,
Es fuerza que la admire por lo bello.
Del casi tramontado Sol
aspira
A los confusos rayos su cabello;
Flores su bozo es cuyas
colores,
Como duerme la luz, niegan las flores.
36
(En la rústica
greña yace oculto
El áspid del intonso prado ameno,
Antes que del peinado jardín
culto
En el lascivo, regalado seno.)
En lo viril desata de su bulto
Lo más dulce el Amor de su veneno:
Bébelo Galatea, y da otro
paso,
Por apurarle la ponzoña al vaso.
37
Acis -aún más, de
aquello que dispensa
La brújula del sueño, vigilante-,
Alterada la Ninfa esté o
suspensa,
Argos es siempre atento a su semblante,
Lince penetrador de lo
que piensa,
Cíñalo bronce o múrelo diamante:
Que en sus Paladiones Amor
ciego,
Sin romper muros introduce fuego.
38
El sueño de sus
miembros sacudido,
Gallardo el joven la persona ostenta,
Y al marfil luego de sus
pies rendido,
El coturno besar dorado intenta.
Menos ofende el rayo prevenido,
Al marinero, menos la tormenta
Prevista le turbó, o
pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.
39
Más agradable, y menos
zahareña,
Al mancebo levanta venturoso,
Dulce ya conociéndole y risueña,
Paces no al sueño, treguas sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una
peña
A un fresco sitial dosel umbroso,
Y verdes celosías unas yedras,
Trepando troncos y abrazando piedras.
40
Sobre una
alfombra, que imitara en vano
El tiro sus matices -si bien era
De cuantas sedas ya hiló gusano
Y artífice tejió la Primavera-,
Reclinados, al mirto más lozano
Una y otra lasciva, si ligera,
Paloma se caló, cuyos gemidos
-Trompas de Amor- alteran sus oídos.
41
El ronco arrullo al joven solicita;
Mas, con desvíos
Galatea suaves,
A su audacia los términos limita,
Y el aplauso al concento de
las aves.
Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas
graves:
Que, en tanta gloria, infierno son no breve
Fugitivo cristal,
pomos de nieve.
42
No a las palomas concedió Cupido
Juntar de sus dos
picos los rubíes
Cuando al clavel el joven atrevido
Las dos hojas le chupa
carmesíes.
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,
Negras víolas, blancos
alhelíes,
Llueven sobre el que Amor quiere que sea
Tálamo de Acis y de
Galatea.
43
Su aliento humo, sus relinchos fuego
-Si bien su
freno espumas- ilustraba
Las columnas, Etón, que erigió el Griego,
Do el carro de la luz
sus ruedas lava,
Cuando de amor el fiero jayán ciego,
La cerviz oprimió a una
roca brava,
Que a la playa, de escollos no desnuda,
Linterna es ciega y
atalaya muda.
44
Árbitro de montañas y ribera,
Aliento dio, en la
cumbre de la roca,
A los albogues que agregó la cera,
El prodigioso fuelle de su
boca;
La Ninfa los oyó, y ser más quisiera
Breve flor, yerba humilde y
tierra poca,
Que de su nuevo tronco vid lasciva,
Muerta de amor, y de temor
no viva.
45
Mas -cristalinos pámpanos sus brazos-
Amor la
implica, si el temor la anuda,
Al infelice olmo, que pedazos
La segur de los celos hará, aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
Que ha prevenido la zampoña
ruda,
El trueno de la voz fulminó luego:
Referillo, Piéredes, os
ruego.
46
«¡Oh bella Galatea, más süave
Que los claveles que
tronchó la aurora;
Blanca más que las plumas de aquel ave
Que dulce muere y en las
aguas mora;
Igual en pompa al pájaro que, grave,
Su manto azul de tantos
ojos dora
Cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos
incluyes las más bellas!
47
»Deja las ondas, deja el rubio coro
De las hijas de
Tetis, y el mar vea,
Cuando niega la luz un carro de oro,
Que en dos la restituye
Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
Cuantas el blanco pie
conchas platea,
Cuyo bello contacto puede hacerlas,
Sin concebir rocío, parir
perlas.
48
»Sorda hija del mar, cuyas orejas
A mis gemidos son
rocas al viento:
O dormida te hurten a mis quejas
Purpúreos troncos de corales
ciento,
O al disonante número de almejas
-Marino, si agradable no,
instrumento-,
Coros tejiendo estés, escucha un día
Mi voz, por dulce, cuando
no por mía.
49
»Pastor soy, mas tan rico de ganados,
Que los valles
impido más vacíos,
Los cerros desparezco levantados
Y los caudales seco de los
ríos;
No los que, de sus ubres desatados,
O derribados de los ojos
míos,
Leche corren y lágrimas; que iguales
En número a mis bienes son
mis males.
50
»Sudando néctar, lambicando olores,
Senos que ignora
aun la golosa cabra
Corchos me guardan, más que abeja flores
Liba inquïeta,
ingenïosa labra;
Troncos me ofrecen árboles mayores,
Cuyos enjambres, o el abril
los abra,
O los desate el mayo, ámbar distilan,
Y en ruecas de oro rayos
del Sol hilan.
51
»Del Júpiter soy hijo, de las ondas,
Aunque pastor;
si tu desdén no espera
A que el monarca de esas grutas hondas
En trono de cristal te
abrace nuera,
Polifemo te llama, no te escondas,
Que tanto esposo admira la
ribera
Cual otro no vio Febo más robusto,
Del perezoso Volga al Indo
adusto.
52
»Sentado, a la alta palma no perdona
Su dulce fruto
mi robusta mano;
En pie, sombra capaz es mi persona
De innumerables cabras el
verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
Por igualarme la montaña en
vano,
Y en los cielos, desde esta roca, puedo
Escribir mis desdichas
con el dedo?
53
»Marítimo Alción, roca eminente
Sobre sus huevos
coronaba, el día
Que espejo de zafiro fue luciente
La playa azul de la persona
mía;
Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
Cuando en el cielo un
ojo se veía:
Neutra el agua dudaba a cuál fe preste:
O al cielo humano o al
cíclope celeste.
54
»Registra en otras puertas el venado
Sus años, su
cabeza colmilluda
La fiera, cuyo cerro levantado,
De helvecias picas es muralla
aguda;
La humana suya el caminante errado
Dio ya a mi cueva, de piedad
desnuda,
Albergue hoy por tu causa al peregrino,
Do halló reparo, si
perdió camino.
55
»En tablas dividida, rica nave
Besó la playa
miserablemente,
De cuantas vomitó riquezas grave,
Por las bocas del Nilo el
Oriente.
Yugo aquel día, y yugo bien suave,
Del fiero mar a la sañuda
frente
Imponiéndole estaba, si no al viento,
Dulcísimas coyundas mi
instrumento,
56
»Cuando, entre globos de agua, entregar veo
A las
arenas ligurina haya,
En cajas los aromas del Sabeo,
En cofres las riquezas de
Cambaya:
Delicias de aquel mundo, ya trofeo
De Escila, que, ostentado en
nuestra playa,
Lastimoso despojo fue dos días
A las que esta montaña engendra
Harpías.
57
»Segunda tabla a un ginovés mi gruta
De su persona
fue, de su hacienda:
La una reparada, la otra enjuta,
Relación del naufragio hizo
horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
Que en yerbas se recline, en
hilos penda,
Colmillo fue del animal que el Ganges
Sufrir muros le vio,
romper falanges:
58
»Arco, digo, gentil, bruñida aljaba,
Obras ambas de
artífice prolijo,
Y de Malaco rey a deidad Java
Alto don, según ya mi huésped
dijo,
De aquél la mano, de ésta el hombro agrava;
Convencida la madre,
imita al hijo:
Serás a un tiempo, en estos horizontes,
Venus del mar, Cupido de
los montes».
59
Su horrenda voz, no su dolor interno
Cabras aquí le
interrumpieron, cuantas
-Vagas el pie, sacrílegas el cuerno-
A Baco se atrevieron en sus
plantas.
Mas, conculcado el pámpano más tierno
Viendo el fiero pastor,
voces él tantas,
Y tantas despidió la honda piedras,
Que el muro penetraron de
las yedras.
60
De los nudos, con esto, más suaves,
Los dulces dos
amantes desatados,
Por duras guijas, por espinas graves
Solicitan el mar con pies
alados:
Tal redimiendo de importunas aves
Incauto meseguero sus
sembrados,
De liebres dirimió copia así amiga,
Que vario sexo unió y un
surco abriga.
61
Viendo el fiero Jayán con paso mudo
Correr al mar la
fugitiva nieve
(Que a tanta vista el Líbico desnudo
Registra el campo de su
adarga breve)
Y al garzón viendo, cuantas mover pudo
Celoso trueno, antiguas
hayas mueve:
Tal, antes que la opaca nube rompa
Previene rayo fulminante
trompa.
62
Con violencia desgajó infinita
La mayor punta de la
excelsa roca,
Que al joven, sobre quien la precipita,
Urna es mucha, pirámide
no poca.
Con lágrimas la Ninfa solicita
Las deidades del mar, que Acis
invoca:
Concurren todas, y el peñasco duro
La sangre que exprimió,
cristal fue puro.
63
Sus miembros lastimosamente opresos
Del escollo fatal
fueron apenas,
Que los pies de los árboles más gruesos
Calzó el líquido aljófar
de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
Lamiendo flores y
argentando arenas,
A Doris llega que, con llanto pío,
Yerno lo saludó, lo aclamó
río.
Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.
Pondráste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega,
y a mí me pondrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;
y si hace bueno
trairé la montera
que medio la Pascua
mi señora abuela,
y el estandal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.
Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera.
Compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;
y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas
con las dos hermanas
Juana y Madalena
y las dos primillas
Marica y la tuerta;
y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto d'ello
bailar en la puerta;
y al son del adufe
cantará Andrehuela
"No me aprovecharon,
madre, las hierbas";
y yo de papel
haré una librea,
teñida con moras
porque bien parezca,
y una caperuza
con muchas almenas;
pondré por penacho
las dos plumas negras
del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;
y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus trazanderas;
y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos por riendas,
y entraré en la calle
haciendo corvetas.
Yo y otros del barrio
que son más de treinta
jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea:
Bárbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,
porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.
Ilustre y
hermosísima María,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus
mejillas la rosada Aurora,
Febo en tus ojos y en tu frente el día,
y mientras con
gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora
que la Arabia
en sus venas atesora
y el rico Tajo en sus arenas cría;
antes que, de
la edad Febo eclipsado
y el claro día vuelto en noche obscura,
huya la Aurora del mortal nublado;
antes que lo
que hoy es rubio tesoro
venza a la blanca nieve su blancura:
goza,
goza el color, la luz, el oro.
La Aurora, de
azahares coronada,
sus lágrimas partió con vuestra bota,
ni de las
peregrinaciones rota,
ni de los conductores esquilmada.
De sus risueños
ojos desatada,
fragrante perla cada breve gota,
por seráfica abeja
fue, devota,
a bota peregrina trasladada.
Uvas os debe
Clío, mas ceciales;
mínimas en el hábito, mas pasas,
a pesar del
perífrasis absurdo.
Las manos de
Alejandro hacéis escasas,
segunda la capilla del de Ales,
Izquierdo Esteban, sí, no Esteban zurdo.
La dulce boca
que a gustar convida
un humor entre perlas destilado,
y a no
envidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
amantes, no
toquéis, si queréis vida;
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe
escondida.
No os engañen
las rosas, que la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le
cayeron del purpúreo seno;
¡manzanas son
de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y
sólo del Amor queda el veneno!
La
más bella niña
de nuestrto lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por
casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice
que escucha su mal:
Dexadme llorar,
orillas del mar...
Pues me diste, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer
tan largo el penar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva
las llaves
de mi libertad,
Dexadme llorar,
orillas del mar...
En
llorar conviertan
mis ojos de hoy más
el sabroso oficio
del
dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar
yéndose a la
guerra
quien era mi paz,
Dexadme llorar,
orillas del mar...
No me pongáis
freno
Ni queráis culpar;
que lo uno es justo,
lo otro por
demás.
Si me queréis bien
no me hagáis mal;
harto peor fue
morir y callar.
Dexadme llorar,
orillas del mar...
Dulce madre
mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi
mocedad?
Dexadme llorar,
orillas del mar..
Váyanse las
noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad
después que en mi lecho
sobra
la mitad.
Dexadme llorar,
orillas del mar...
Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
Dejóla
tan niña,
que apenas, creo yo,
que tenía los años
que há la
dejó.
Llorando la ausencia
del galán traidor,
la halla la Luna
y la deja el Sol,
añadiendo siempre
pasión a pasión,
memoria a
memoria,
dolor a dolor.
Llorad corazón,
que tenéis razón.
«Hija, por mi amor,
que se acabe el llanto,
o me acabe
yo.»
Ella le responde:
«Non podrá ser, no;
las causas son muchas,
los ojos son dos.
Satisfagan, madre,
tanta sinrazón,
y lágrimas
lloren
en esta ocasión,
tantas como dellos
un tiempo tiró
flechas amorosas
el arquero Dios.
y si canto yo,
muy tristes endechas
mis canciones son:
porque el que se fué
con lo que llevó
se dejó el silencio
y
llevó la voz»
Llorad corazón,
que tenéis razón.
¡Oh niebla del
estado más sereno,
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh
ponzoñosa víbora escondida
de verde prado en oloroso seno!
¡Oh, entre el
néctar de Amor mortal veneno,
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh, espada sobre mí de un pelo asida,
de la amorosa espuela duro freno!
¡Oh celo, del
favor verdugo eterno!,
vuélvete al lugar triste donde estabas,
o
al reino (si allá cabes) del espanto;
mas no cabrás
allá, que pues ha tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas,
mayor debes de ser que el mismo infierno.
Mientras por
competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el
lilio bello;
mientras a cada
labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y
mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil
cuello,
goza cuello,
cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lirio, clavel, cristal luciente,
no sólo en
plata o viola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en
tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Por niñear, un
picarillo tierno,
hurón de faltriqueras, sutil caza,
a la cola de un perro ató por
maza
con perdón de los clérigos un cuerno.
El triste perrinchón
en el gobierno
de una tan gran carroza se embaraza;
grítale el pueblo, haciendo
de la plaza
Si allá se alegran un alegre infierno.
Llegó en esto una
viuda mesurada,
que entre los signos, ya que no en la gloria,
tiene a su esposo,
y dijo: «Es gran bajeza
que un gozque arrastre así una ejecutoria
que ha obedecido
tanta gente honrada,
y se la ha puesto sobre su cabeza.»
Suspiros
tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas a Alcides
consagradas;
mal del viento
las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los
troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.
Hasta en mi
tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de
sombra o de aire me le deja enjuto,
porque aquel
ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar
sin premio y suspirar en vano.
Ya besando unas
manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya
esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas;
ya quebrando en
aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya
cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
estaba, oh
claro Sol invidïoso,
cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria y acabó mi
suerte.
Si el cielo ya
no es menos poderoso,
porque no den los tuyos más enojos,
rayo,
como a tu hijo, te den muerte.