La quiromántica extendió las cartas.
—Veo aquí—dijo—un hombre rubio, que no le quiere a usted.
—Un hombre rubio... bueno, sí—respondió mi amigo, después de una pausa, durante la cual se puso a pensar en los hombres rubios que conocía. Y acercándose a mi oído:
—Ha de ser Pedro—me cuchicheó—; la verdad es que nunca me ha querido bien...
Añadió la hechicera:
—Un hombre rubio... joven.
Afirmó mi amigo:
—¡Claro! ¡Pedro!
La hechicera volvió a extender las cartas en abanico, después que mi amigo las hubo partido.
—Aquí hay una mujer que piensa en usted— dijo.
—Una mujer que piensa en mí...
—Sí, una mujer de cierta edad, de estatura mediana.
—Ya, ya caigo: ¡mi hermana María!
—Probablemente: es una señora vestida de negro. (Mi amigo lleva luto.)
—¡Eso es, mi hermana!
Vuelta a cortar las cartas y a extenderlas:
—Trae usted un negocio en manos: un negocio que le interesa...
—¡Sí, sí; continúe usted!
—Se le presentan algunas dificultades... Veo aquí una, sobre todo. Pero las vencerá usted al fin. Hay que tener paciencia.
Mi amigo sonríe satisfecho.— ¡Admirable!— me murmura al oído.
—Hay que tener paciencia—repite la hechicera— y cuidarse del hombre rubio.
—¡Muy bien! ¡Muy bien!
—Tendrá usted, además, que hacer un largo viaje por mar. (La hechicera sabe que mi amigo es americano.) Ya ha hecho usted algún viaje de éstos, penoso por cierto... El que tiene usted que hacer no dejará de serlo; pero llegará usted con bien.
Vuelta a cortar los naipes y a extenderlos.
—Veo aquí un hombre que se interesa por usted. Está pensando en escribirle...
—¡Espléndido!—exclama mi amigo—; debe de ser Antonio.
—Veo, además, una herencia en el porvenir... No puedo decirle de cuánto, ni sé si es precisamente una herencia. Pero, en fin, las cartas hablan de dinero.
Mi amigo sonríe encantado.
—Y basta de cartas. ¿Cuándo nació usted?
—El doce de Agosto de mil ochocientos setenta y tres.
—¡Magnífico! No pudo usted nacer bajo mejores auspicios... Déme usted la mano (examinándola). Tiene usted un carácter generoso... Una inteligencia despierta, lúcida... Ama usted lo bello. Las mujeres le prefieren (aunque a veces por pudor tengan que ocultarlo). Veamos la línea de la vida: es firme, segura, prolongada. Vivirá usted... ¡Ah! aquí veo un pequeño surco transversal... ¡Accidente! ¡Posibilidad de accidente! Atienda usted a sus piernas, a su corazón y a su cabeza... Por allí puede venirle algún mal... También está usted expuesto a enamorarse... ¡Cuidado! Es usted hombre que haría una locura... Por lo demás, las líneas todas son tranquilizadoras, menos la del accidente... Tenga usted cuidado en los viajes. Se trata de un accidente que puede ocurrirle en un viaje... Sólo que, a juzgar por lo incierto y débil de la línea, es accidente evitable.
La quiromántica sonríe:
—El horóscopo de usted es fácil y claro concluye—. Nació usted bajo una favorable conjunción de astros.
Mi amigo se despide embelesado, dejándole dos luises.
—¡Estupefaciente!—exclama al salir.
Yo sonrío... como la quiromántica, y le digo:
—Cierto que, según afirma Carlos Nordmann, no puede caer sobre la tierra de un jardín el pétalo de una rosa sin que se altere el ritmo de la estrella Sirio... Pero no hay duda tampoco de que no urge ir hasta Sirio para hacer horóscopos como los de una mujer...
—¿No son acaso de una sorprendente sencillez?
—¡Ya lo creo!
—Y cuánta verdad encierran, ¿eh?
—¡Ya lo creo! ¡Ya lo creo!
FIN