¿Por qué se me ocurriría comprar este pájaro? El pajarero
me dijo: «Es un macho. Espere una semana para que se adapte, y cantará». Pero el
pájaro se obstina en permanecer callado y lo hace todo al revés. Tan pronto como
lleno su comedero, saca los granos con el pico y los lanza a los cuatro vientos.
Ato con una cuerda una galleta entre dos barrotes de la jaula. Sólo picotea la
cuerda. Empuja y golpea la galleta como con un martillo y ésta termina por
caerse. Se baña en el agua limpia del bebedero y bebe en su bañera. Y defeca
indiferentemente en los dos. Debe imaginar que el pastelito es una pasta con la
que los pájaros de su especie construyen los nidos y, nada más verlo, se
acurruca en él. No ha comprendido aún para qué sirven las hojas de lechuga y
sólo disfruta haciéndolas añicos. Cuando se le ocurre coger un grano, le cuesta
un mundo tragárselo. Lo pasea de un lado al otro del pico, lo aprieta, lo
aplasta, y mueve la cabeza como si se tratara de un viejecillo sin dientes. El
terrón de azúcar no le sirve. ¿Es una piedra que sobresale, un balcón, una mesa
poco práctica? Prefiere las barras de madera. Tiene dos que se superponen y se
cruzan. Me aburre verlo saltar. Se asemeja a la estupidez mecánica de un péndulo
que no marcara nada. ¿Qué placer obtiene saltando así? ¿Qué necesidad le hace
saltar? Si descansa de una aburrida gimnasia agarrado con una pata a la barra
que parece estrangular, con la otra busca instintivamente la misma barra.
Tan pronto como se enciende la estufa con la llegada del invierno, cree que es
primavera, época de su muda, y se despoja de todas las plumas. La luz de mi
lámpara perturba sus noches, desorganiza sus horas de sueño. Se acuesta al
atardecer. Dejo que la oscuridad lo envuelva. ¿Sueña quizá? Bruscamente, acerco
la lámpara a la jaula. Abre los ojos. ¡Cómo! ¿Ya es de día? Y, rápidamente,
comienza de nuevo a agitarse, a bailar, a agujerear una hoja, abre la cola en
abanico, despliega las alas. Apago la lámpara y lamento no poder ver su cara
estupefacta.
Pronto me canso de este pájaro mudo que sólo vive al revés y lo suelto por la
ventana… No sabe gozar de la libertad como no sabe vivir en una jaula. Alguien
va a cogerlo fácilmente con la mano. ¡Pero que no se le ocurra devolvérmelo! No
sólo no ofrezco ninguna recompensa por él, sino que juraré que no conozco a ese
pájaro.
FIN