Fecha de Nacimiento: 20 de octubre de 1854, Charleville-Mézières, Francia.
Fecha de fallecimiento: 10 de noviembre de 1891, Marsella, Francia.
Jean Nicolas Arthur Rimbaud fue uno de los más grandes poetas franceses, adscrito unas veces al movimiento simbolista, junto a Mallarmé, y otras al decadentista, junto a Verlaine.
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Plaza de la Estación, en Charleville
A la plaza que un césped dibuja, ralo y pobre,
y donde todo está
correcto, flores, árboles,
los burgueses jadeantes, que ahogan los
calores,
traen todos los jueves, de noche, su estulticia.
-La banda
militar, en medio del jardín,
con el vals de los pífanos el chacó
balancea:
-Se exhibe el lechuguino en las primeras filas
y el
notario es tan sólo los dijes que le cuelgan.
Rentistas con monóculo subrayan los errores:
burócratas
henchidos arrastran a sus damas
a cuyo lado corren, fieles como cornacas,
-mujeres con volantes
que parecen anuncios.
Sentados en los bancos, tenderos retirados,
a la par que la arena
con su bastón atizan,
con mucha dignidad discuten los tratados ,
aspiran rapé en plata
, y siguen: «¡Pues, decíamos!...»
Aplastando en su banco un lomo orondo y fofo,
un burgués con
botones de plata y panza nórdica
saborea su pipa, de la que cae una hebra
de tabaco; -Ya saben,
lo compro de estraperlo.
Y por el césped verde se ríen los golfantes,
mientras,
enamorados por el son del trombón,
ingenuos, los turutas, husmeando una rosa
acarician al niño
pensando en la niñera...
Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante,
bajo el
castaño de indias, a las alegres chicas:
lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí,
con los ojos cuajados
de ideas indiscretas.
Yo no digo ni mú, pero miro la carne
de sus cuellos bordados,
blancos, por bucles locos:
y persigo la curva, bajo el justillo leve,
de una espalda de
diosa, tras el arco del hombro.
Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias...
-Reconstruyo los
cuerpos y ardo en fiebres hermosas.
Ellas me encuentran raro y van
cuchicheando...
-Mis deseos brutales se enganchan a sus labios...
El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan
agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está
acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso calla, junto a él,
en el suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos
de su madre, recibe los de los habitantes del cielo.
Su boca se
entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de
un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla
esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de
su alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía :
«¡Niño que a mí
te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita
el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no
se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de
nadie; los mortales no acarician nunca con dicha sincera;
incluso del
olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo
gozan de alegrías tristes;
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa
que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga,
las preocupaciones turbar
los llantos de tus ojos color cielo y la
sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara?
¡No ocurrirá! te
llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al
concierto de los habitantes del cielo.
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo.
¡Vamos!
Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre
no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos
diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo
triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance
azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más
bello!»
De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega,
sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.
Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que
aún hay belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé
vida.
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la
risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda
de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran,
pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor
de un mortal,
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que
ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué
lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro
con el llanto que mana!
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le
aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta
llamando a la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto,
resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada,
revolotea con sus alas de nieve
y a sus labios delicados une sus
labios divinos.
En la horca negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que
al cielo gesticulan,
y al darles en la frente un buen zapatillazo
les obliga a bailar
ritmos de Villancico!
Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles:
como un
órgano negro, los pechos horadados ,
que antaño damiselas gentiles abrazaban,
se rozan y entrechocan,
en espantoso amor.
¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza ,
trenzad
vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso,
Belzebú rasga sus violines!
¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han
despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la
nieve ha puesto un blanco gorro.
El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón
de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrías refriegas,
rígidos paladines,
con bardas de cartón.
¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la
horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el
horizonte, el cielo es un infierno...
¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos,
con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no
estamos aquí en un monasterio! .
Y de pronto, en el centro de esta danza macabra
brinca hacia el
cielo rojo, loco, un gran esqueleto,
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita
y, al sentir en
el cuello la cuerda tiesa aún,
crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje
con gritos que
recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su
caseta,
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.
En la horca
negra bailan, amable manco,
bailan los paladines,
los descarnados danzarines del diablo;
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.
En su retiro de algodón,
con suave aliento, duerme el aura:
en su nido de seda y lana,
el aura de alegre mentón
Cuando el aura levanta su ala,
en su retiro de algodón
y corre do
la flor lo llama
su aliento es un fruto en sazón.
¡Oh, el aura quintaesenciada!
¡Oh, quinta esencia del amor!
¡Por el rocío enjugada,
qué bien me huele en el albor!
Jesús, José, Jesús, María.
Es como el ala de un halcón
que
invade, duerme y apacigua
al que se duerme en oración.
Versión de Andrés Holguín
¡La hemos vuelto a hallar!
¿Qué?, la Eternidad.
Es la mar
mezclada
con el sol.
Alma mía eterna,
cumple tu promesa
pese a la noche solitaria
y al día en fuego.
Pues tú te desprendes
de los asuntos humanos,
¡De los simples
impulsos!
Vuelas según..
Nunca la esperanza,
no hay oriente.
Ciencia y paciencia.
El
suplicio es seguro.
Ya no hay mañana,
brasas de satén,
vuestro ardor
es el
deber.
¡La hemos vuelto a hallar!
-¿Qué?- -La Eternidad.
Es la mar
mezclada
con el sol.
Versión de Umberto Toso
I
En las aguas profundas que acunan las estrellas,
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio,
flota tan
lentamente, recostada en sus velos...
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.
Hace ya miles de
años que la pálida Ofelia
pasa, fantasma blanco por el gran río negro;
más de mil años ya
que su suave locura
murmura su tonada en el aire nocturno.
El viento, cual
corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.
Los rizados
nenúfares suspiran a su lado,
mientras ella despierta, en el dormido aliso,
un nido del que
surge un mínimo temblor...
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.
II
¡Oh
tristísima Ofelia, bella como la nieve,
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos
vientos que caen de Noruega
te habían susurrado la adusta libertad.
Y es que un arcano
soplo, al blandir tu melena,
en tu mente traspuesta metió voces extrañas;
y es que tu corazón
escuchaba el lamento
de la Naturaleza –son de árboles y noches.
Y es que la voz
del mar, como inmenso jadeo
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de
abril, un bello infante pálido,
un loco miserioso, a tus pies se sentó.
Cielo, Amor,
Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en
el fuego;
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra.
–Y el terrible
Infinito espantó tu ojo azul.
III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada
vienes a
recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua,
recostada en sus velos,
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.
Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana arrimaban,
pícaros, su
fronda pícara.
Asentada en mi sillón,
desnuda, juntó las manos.
Y en el
suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.
-Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda
revolaba
por su risa
y su pecho -en la flor, mosca ,
-Besé sus finos tobillos.
Y estalló en risa, tan suave,
risa
hermosa de cristal.
desgranada en claros trinos...
Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron.
-¡La risa, falso castigo
del primer atrevimiento!
Trémulos, pobres, sus ojos
mis labios besaron, suaves:
-Echó, cursi, su cabeza
hacia
atrás: «Mejor, si cabe...!
Caballero, dos palabras...»»
-Se tragó lo que faltaba
con un
beso que le hizo
reírse... ¡qué a gusto estaba!
-Desnuda, casi desnuda;
y los árboles cotillas
a la ventana asomaban,
pícaros, su
fronda pícara.
Versión de Andrés Holguín
Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano,
herido por el trigo, a pisar la pradera;
soñador, sentiré su
frescor en mis plantas
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.
Sin hablar, sin
pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en
el alma.
Me iré lejos, dichoso, como con una chica,
por los campos , tan
lejos como el gitano vaga.
Marzo de 1870
Versión de Andrés Holguín
Si
volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado,
el hombre
representó
ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo,
escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará,
arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a
darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los
mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa
infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso...
El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de
la carne! , ¡oh esplendor ideal
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus
pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros
cubiertos con
nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!
Versión de L.S.
a ella...
En el invierno
viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
-y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.
A ella
En el
invierno iremos en un vagoncito rosa
con almohadones azules.
Estaremos bien. Un nido de besos locos reposa
en cada una de las
blandas esquinas.
Cerrarás
los ojos para no ver a través del cristal
hacer señas las sombras de
la noche;
esas ariscas monstruosidades, populacho
de negros lobos y negros demonios.
Después sentirás tu
mejilla rozada.
Un leve beso, como una loca araña,
te correrá por
el cuello.
Y me dirás: «Busca», inclinando la cabeza;
y dedicaremos nuestro
tiempo a encontrar
ese animalito que viaja mucho.
Versión de L.S.