El vocablo italiano sonetto es fruto de la evolución del término latino sonus que podría traducirse al español como “tono” o “sonido”. La evolución etimológica deriva, en nuestra lengua, a la palabra soneto que se utiliza para nombrar una composición poética formada por catorce versos de tipo endecasílabo, que se distribuyen en cuatro estrofas, dos de las cuales cuentan con cuatro versos (cuartetos) y las otras dos tienen tres versos (tercetos).
El soneto nació en Sicilia, fue inventado por Giacomo da Lentini, que desempeñó su trabajo como notario de la Corte Imperial del Rey Federico II de Sicilia, según figura en algunos documentos de la época.
El soneto estaba estructurado en un strambotto de ocho versos con la rima alternada seguido de una estrofa de seis versos con idéntica disposición en lo que se refiere a la rima que quedaba para toda la composición de la siguiente forma: ABABABAB–CDCDCD.
De Sicilia el soneto pasó a Italia central, donde fue utilizado por otros poetas. Algunos años después Dante Alighieri (1265–1321) y Guido Cavalcanti (1259–1300) lo reformaron modificando las rimas del octeto y separando el conjunto en dos cuartetos y dos tercetos: ABBA–ABBA–CDC–DCD. Pero fue finalmente Francesco Petrarca (1304–74) quien selló la forma definitiva del soneto italiano cuando estableció otras disposiciones en las rimas para los tercetos: CDE–CDE y CDE–EDC.
En España el soneto fue introducido en el siglo XV por Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, y en el siglo XVI, fue cultivado con gran éxito por Juan Boscán y Garcilaso de la Vega.
En el Siglo de Oro el soneto fue una estrofa muy utilizada tanto por los grandes autores que vivieron en esa época dorada de la Literatura, como por los poetas que estaban destinados a ser menos conocidos. Algunos de los poetas que dejaron su obra en forma de soneto en esta época fueron Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Garcilaso de la Vega, Lope de Vega y otros muchos.
Durante el neoclasicismo, el soneto no fue muy cultivado, si bien podemos nombrar a José Cadalso, Meléndez Valdés y osé Somoza (1781-1852), citado en las antologías de ese periodo. Los románticos tampoco estuvieron inclinados al soneto, lo mismo que los realistas, sin embargo, tenemos un sonetista digno de mención en José de Espronceda (1808-1842) entre los primeros y cabe mencionar a Ramón de Campoamor (1817-1901) y a Adelardo López de Ayala (1829-1879), con su célebre soneto Plegaria, entre los segundos.
Por el contrario, los modernistas emplearon el soneto con más frecuencia que sus antecesores de escuela, aunque lo hicieron tanto en versos endecasílabos como en alejandrinos. Salvador Rueda (1857-1933), Rubén Darío (1867-1916), Enrique González Martínez (1871-1952) y otros autores hispanoamericanos cultivaron el soneto alejandrino.
Ya en tiempos más cercanos a nosotros, podemos citar a los hermanos Antonio y Manuel Machado; a Juan Ramón Jiménez, que los compuso en su etapa modernista; los sonetos sin rima de Pablo Neruda (1904-1973); y entre los poetas de la Generación del 27 debemos destacar a Gerardo Diego (1896-1987), Rafael Alberti (1902-1997), Jorge Guillén (1893-1984) y, con menos intensidad, a Federico García Lorca (1898-1936). Es de mención obligada en la Generación del 36 la obra de Miguel Hernández (1910-1942). Posteriormente, en la posguerra, se hizo un uso casi obsesivo del soneto, especialmente por parte de los poetas llamados “Garcilasistas” que tuvieron entre ellos al gran sonetista Dionisio Ridruejo. Después de los Novísimos, y a partir de la década de los años ochenta, se vuelve de nuevo al soneto, pero con aires de renovación lingüística, indeclinable imperativo de los poetas actuales cuya ecléctica obra se ve ampliamente influenciada por la época de la tecnología y la globalización en la que se hallan inmersos.
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